BUSCAR

25 nov 2019

EL CIELO ENTRE LOS DURMIENTES, de Humberto Constantini


Ni un alma por la calle. Como si el sol de la siesta cayendo a pique y después derramándose por todos lados, hubiera empujado a bichos y gente a quién sabe qué escondidos refugios, adonde el sol no puede penetrar, pero ante los cuales se queda montando guardia, rabioso y vigilante como un perro en acecho.
Por la calle vamos Ernesto y yo. Hace cinco minutos, un silbido me arrancó de la sombra de la glicina y me mostró entre dos pilares de la balaustrada un rostro enrojecido y contento. No hubiera sido necesario que me dijera "¿salís?" con un grito breve y exacto como un pelotazo. Yo lo estaba esperando, o mejor dicho yo estaba esperando un pretexto cualquiera para dejar aquella modorra del patio adonde me llegaban ruidos lejanos e incitantes entreverados con el aleteo de algún mangangá.
Por eso no le contesté nada y en seguida estuve con él en la puerta. Se sabe que saldríamos a caminar. Ernesto es así y nuestros doce años no soportan otras tratativas que ese "¿salís?" liso y directo viniendo de un mechón caído sobre los ojos, de una transpirada camiseta amarilla y de unas ganas de hacer muchas cosas que le brillan en la mirada.
Un saludo "¿qué hacés?" y caminamos. El agua de la zanja, un agua barrosa, oscura, caliente, cubierta de protuberancias verdes como el lomo de un sapo, se agita por momentos a impulso de invisibles zambullidas o respira a través de unos globos lentos, pesados, que levantan nuevas ampollas en su pellejo y hacen un extraño ruido de glogloteo como si ya estuviera por soltar el hervor.
Caminamos. La tierra quema en los pies y es lindo sentir ese mordisco cariñoso, de cachorro, con que la tierra nos juguetea por las pantorrillas. Pero más lindo es no sentir nada de eso, sino esas ganas locas de meterse en la tarde como en una selva. ¿No es cierto, Ernesto?
Caminamos. Un aguacil grande y rojo viene a despedirnos, pasa zumbando a nuestro lado y siguiendo la línea de yuyos que bordea la zanja llega hasta el puente de la esquina y vuelve volando a toda máquina amagando un encontrón. - ¡A que no lo agarrás!
Caminamos. Las cuadras del barrio quedan atrás. Los paraísos se cambian en plátanos y después otra vez en paraísos. Flechillas, lenguas de vaca, huevitos de gallo. Esta es otra zanja, no la nuestra. ¿Habrá ranones por aquí?
Caminamos. ¡Aquella montaña! ¡A saltarla! La sangre nos golpea en el pecho y en el rostro. La vida es una alegría retenida en los músculos y es ese olor a sol, a sudor y a piel caliente que viene de la ropa de Ernesto.
Caminamos. Ernesto sabe de muchas cosas. De trabajos, de aventuras, de casas abandonadas y de extraños nombres de calles. Mientras caminamos me habla. Me cuenta un disparate y yo me río. Me río como un loco. Me río tanto que Ernesto se contagia de mi propia risa y empieza a reírse él también. Le salen lágrimas de los ojos, se aprieta el costado, no puede parar. Yo lo miro y me da más risa todavía verlo reír. Caminamos tambaleantes, empujándonos, atorándonos de risa. La risa se nos atropella en la boca, nos crece incontenible por todos lados, nos acompaña por cuadras y cuadras esa risa sin por qué, como si una bandada de gorriones enloquecidos nos estuviera siguiendo.
La esquina. Otra cuadra. La risa. Ladridos detrás de un alambre. Otra cuadra. Magnolias, jardines, postes del teléfono. Otra cuadra. Las alpargatas de Ernesto levantando el polvo en las veredas. Otra cuadra. El cielo, la soledad de la siesta, el silbido de una urraca. Otra

18 nov 2019

AMIGOS POR EL VIENTO, de Liliana Bodoc


A veces, la vida se comporta como un viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta lo que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.
Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojos con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve más rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresara la calma.
Así ocurrió el día que se papá se fue de casa. La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso. Yo recuerdo la puerta que se cerró detrás de su sombra y sus valijas. También puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio.
– Le dije a Ricardo que viniera con su hijo. ¿Qué te parece?
– Me parece bien – mentí.
Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:
– No me lo estás diciendo muy convencida…
– Yo no tengo que estar convencida.
– ¿Y eso que significa? – preguntó la mujer que más preguntas me hizo en mi vida.
Me vi obligada a levantar los ojos del libro:
– Significa que es tu cumpleaños, y no el mío – respondí.
La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas de mamá.
Que mamá tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte.
– Se van a entender bien – dijo mamá -. Juanjo tiene tu edad.
La gata, único ser que entendía mi desolación, salto sobre mis rodillas. Gracias, gatita buena.
Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban reparados los daños. Los huecos de la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros. Y hacía mucho que yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas como estalactitas en el congelador, disfrazadas de pedacitos de cristal. «Se me acaba de romper una copa», inventaba mamá, que, con tal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y otras asombrosas hechicerías.
Ya no había huellas de viento ni de llantos. 


4 nov 2019

NECESITO UN HOMBRE QUE SILBE...., de Vilma Novick

Necesito un hombre que silbe…
- como él -
No importa melodía ni entonación.
Que silbe la vida sin miedos.
Exorcice las penas del alma.
Rompa ausencias y distancias.
Le haga gambetas a la pobreza.
Trabaje sin quejas desde el alba.
Cuelgue notas musicales en los
platos de la justicia, torcida balanza…
Necesito un hombre que silbe
- como él –
con las manos en los bolsillos
mientras pedaleaba atrapando
soles para estrenar mañanas.
Necesito un hombre que silbe
hasta matar la muerte, matarla.
Para que se haga trizas mi nostalgia
y me devuelva en silbido o trino
a mi viejo, el Ruso, a mi corazón niño.
Necesito en aleteo de infancia
recuperar a mi pájaro padre…
Nadie
Nadie
Nadie silba en la calle.

21 oct 2019

EL NARRADOR, de Oscar Wilde

Había una vez un hombre a quién todos querían porque contaba historias muy bonitas. Diariamente salía por la mañana de su aldea, y cuando volvía al atardecer, los trabajadores, casados de trajinar todo el día, se agrupaban junto a él y le decían:
-¡Anda, cuéntanos lo que has visto hoy!
Y él contestaba:
-He visto en el bosque a un fauno que tocaba la flauta, y a su alrededor muchos enanitos con sus gorras de colores, bailando alegremente.
-¿Qué otra cosa viste?- le preguntaban los hombres, que no se cansaban de escucharlo.
-Cuando llegué a la orilla del mar ¡A que no se imaginan lo que vi!

14 oct 2019

AMOR DESAPARECIDO, Tununa Mercado


Lo mira insistentemente. Lo toca dejando perdurar sus dedos en las líneas de su boca. Lo besa con labios y lengua. El arrobamiento no aparece. Lo vuelve a abrazar, lo suelta, toma distancia para evaluar con el entendimiento lo que le niega la emoción. Él es el mismo pero ella ya no desentraña en él aquel brillo que otrora la iluminaba. Sus manos son las mismas y cuando las toma entre las suyas cree reconocer una tibieza conocida, pero, si bien la tibieza está, pareciera que de algún modo fuera segregada sin intención ni mensaje y existiera por su propio continente natural, las manos. Se aparta, observa la situación tratando de buscar el punto donde sea posible recomenzar. Se esfuerza por clavar su mirada en sus ojos y transmitirle una pasión incontenible; dice dos o tres frases vehementes intentando crear una situación de reacomodamiento amoroso; sonríe y entorna los ojos retrotrayéndose a gestos de seducción que antes bordeaban el desmayo pero que ahora se disipan, contra paredes muelles y sin resonancias; vuelve a poner sus labios en su boca queriendo extraer una sensación, al menos una distante sensación que vuelva a dibujar la forma del deseo; se aprieta contra su cuerpo y hace coincidir, como tantas otras veces, su pubis contra su sexo.

7 oct 2019

DELITO, de Antonio Di Benedetto



Yo era un tenaz fumador. Una noche quedé dormido con un tabaco en la boca. Desperté con miedo de despertar. Parece que lo sabía: me había nacido un ala de murciélago. Con repugnancia, en la oscuridad busqué mi cuchillo mayor. Me la corté. Caída, a la luz del día, era una mujer morena y yo decía que la amaba. Me llevaron a prisión.
Del autor del "Caballo en el salitral" y "Zama".
Que lo disfruten,
Carmen

30 sept 2019

AMUTAY, AMUTAY, TRIPA HUECUFÚ, de Cristina Bajo


AÑO 1807


Dicen que se dice
Que aquesto pasó
A la niña mala
Que al Diablo tentó.


Muchos maliciaron que María de la Cruz estaba “dañada” por haber fornicado con un infiel, lo cual era dos veces vergonzoso, como apuntara su tía Dolorita, por ser la joven cristiana y, además, hija de un Bustamante y una Cabrera, que en Córdoba es prosapia.
Pasado el tiempo de aquellos sucedidos, cuando las criadas eran ya unas morenas arrugadas y friolentas que se lo pasaban al lado del fogón contando cuentos de ánimas, reconocieron que hubo “alardes”, aquellas rarezas con que el Maligno, para que la gente se vaya anoticiando, anuncia sus perversas intenciones.
Estos alardes eran hechos que se presentaban, en un principio, sugestivos y a la vez dudosos de comprender. A saber, se decía que una vez se oyó, en las negruras de la noche, a alguien moviendo trastos en los fogones y cuando las morenas acudieron a conjurar al intruso armadas de escobas y crucifijos —por si era un alma en pena— encontraron cadenas, cerrojos, pasadores y trancas en su sitio... aunque un humillo maloliente escapaba por el ventanuco.
Una de ellas soltó un “¡Ayayayyy!” espeluznante, despertando al ama que, imaginando conductas contra el sexto mandamiento, les dio un susto de ordago al irrumpir en la cocina con la vara de disciplinar.
En la baraúnda de las fámulas que mentaban prodigios, la señora — reacia a aceptar pareceres de esclavas— buscó fundamento a lo sucedido: los ruidos serían de gato o pericote, únicos que podían escurrirse entre las rejas; el humo vendría del rescoldo y la hediondez, con el susto... en fin, dejarlo ahí.
Varios días después, una luz recorrió las habitaciones a las primeras del crepúsculo, mientras rezaban el rosario, y se escuchó el gemido de algo sobrenatural arrastrándose por los sótanos. Fue entonces que María de la Cruz cayó hacia atrás, donde por suerte estaba su ama de cría, una negra enorme llamada Betsabé, que la recogió en brazos mientras tiraba mandobles y distribuía cruces conminando a Belcebú a retirarse.
Calló el atroz lamento y la Niña volvió en sí, encontrándose el ama en la ímproba tarea de explicar aquello. Salió del paso acusando a la hija de haberse hartado de brevas calientes, con el agravante de una insolación, ya que la había descubierto, siestas atrás, volviendo del río, empapada y febril, muda de espanto. Zamarreada por la madre, María de la Cruz confesó haberse topado, en la Ribera del Bajo, con el Sombrerudo. La madre puso el grito en el cielo cuando mentó al duende perverso, ofensor de jovencitas, ladrón de voluntades, pero la desobediente le aseguró que, salvo el susto, nada hubo que lamentar, pues pudo escapar a tiempo, ya que tenía el pie en el estribo y una jaculatoria en la boca.
Poco después, una de las morenas lloró sus lágrimas, arrodillada por el tiempo de un ángelus sobre granos de maíz; la hermana del hacendado, señorita rígida como inquisidor en autos, la había encontrado volteando los retratos de los antepasados en la sala de honor. Sin embargo, no hubo forma de convencer a la chiquilla de que se reconociera culpable, pues se empecinó en que, sospechando una travesura del mozo Agustín (por quien la infeliz penaba) quiso enderezar el entuerto para que no le diera un soponcio al patrón.

23 sept 2019

CATEDRAL de Raymond Carver


Un ciego, antiguo amigo de mi mujer, iba a venir a pasar la noche en casa. Su esposa había muerto. De modo que estaba visitando a los parientes de ella en Connecticut. Llamó a mi mujer desde casa de sus suegros. Se pusieron de acuerdo. Vendría en tren: tras cinco horas de viaje, mi mujer le recibiría en la estación. Ella no le había visto desde hacía diez años, después de un verano que trabajó para él en Seattle. Pero ella y el ciego habían estado en comunicación. Grababan cintas magnetofónicas y se las enviaban. Su visita no me entusiasmaba. Yo no le conocía. Y me inquietaba el hecho de que fuese ciego. La idea que yo tenía de la ceguera me venía de las películas. En el cine, los ciegos se mueven despacio y no sonríen jamás. A veces van guiados por perros. Un ciego en casa no era una cosa que yo esperase con ilusión.
Aquel verano en Seattle ella necesitaba trabajo. No tenía dinero. El hombre con quien iba a casarse al final del verano estaba en una escuela de formación de oficiales. Y tampoco tenía dinero. Pero ella estaba enamorada del tipo, y él estaba enamorado de ella, etc. Vio un anuncio en el periódico: Se necesita lectora para ciego, y un número de teléfono.

16 sept 2019

LA QUE NO ESTÁ, de Ana María Shua

Agregar leyenda
Ninguna tiene tanto éxito como La Que No Está. Aunque todavía es joven, muchos años de práctica consciente la han perfeccionado en el sutilísimo arte de la ausencia. Los que preguntan por ella terminan por conformarse con otra cualquiera, a la que toman distraídos, tratando de imaginar que tienen entre sus brazos a la mejor, a la única, a La Que No Está.





De( Casa de Geishas)

Que lo disfruten,
Carmen

9 sept 2019

LA JOVEN TEJEDORA, de Marina Colasanti

Se despertaba cuando todavía estaba oscuro, como si pudiera oír al sol llegando por detrás de los márgenes de la noche. Luego, se sentaba al telar.
Comenzaba el día con una hebra clara. Era un trazo delicado del color de la luz que iba pasando entre los hilos extendidos, mientras afuera la claridad de la mañana dibujaba el horizonte.
Después, lanas más vivaces, lanas calientes iban tejiendo hora tras hora un largo tapiz que no acababa nunca.
Si el sol era demasiado fuerte y los pétalos se desvanecían en el jardín, la joven mujer ponía en la lanzadera gruesos hilos grisáceos del algodón más peludo. De la penumbra que traían las nubes, elegía rápidamente un hilo de plata que bordaba sobre el tejido con gruesos puntos. Entonces, la lluvia suave llegaba hasta la ventana a saludarla.
Pero si durante muchos días el viento y el frío peleaban con las hojas y espantaban los pájaros, bastaba con que la joven tejiera con sus bellos hilos dorados para que el sol volviera a apaciguar a la naturaleza.
De esa manera, la muchacha pasaba sus días cruzando la lanzadera de un lado para el otro y llevando los grandes peines del telar para adelante y para atrás.
No le faltaba nada. Cuando tenía hambre, tejía un lindo pescado, poniendo especial cuidado en las escamas. Y rápidamente el pescado estaba en la mesa, esperando que lo comiese. Si tenía sed, entremezclaba en el tapiz una lana suave del color de la leche. Por la noche, dormía tranquila después de pasar su hilo de oscuridad.
Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.
Pero tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que se sintió sola, y por primera vez pensó que sería bueno tener al lado un marido.
No esperó al día siguiente. Con el antojo de quien intenta hacer algo nuevo, comenzó a entremezclar en el tapiz las lanas y los colores que le darían compañía. Poco a poco, su deseo fue apareciendo. Sombrero con plumas, rostro barbado, cuerpo armonioso, zapatos lustrados. Estaba justamente a punto de tramar el último hilo de la punta de los zapatos cuando llamaron a la puerta.

2 sept 2019

ENEMIGA, de Sandra Barrera Andrada

Trepan como animales el muro de metal. Avanzan sigilosos para que los guardias los presientan como una equivocación de la naturaleza. Esta vez, la noche y la luna se disputan una batalla triste. una de las dos será la delatora.




Del libro "La opción del sitio"
Que lo disfruten,
Carmen

26 ago 2019

ANIVERSARIO, de Rubén Capodacqua


Festejan sus Bodas de Plata. Suben al camarote, cenan, ríen, hay regalos y besos.
En la cama, ella le agradece el momento. Él – en cambio- piensa que 25 años es una eternidad y le aprieta el cuello hasta llevarla al final de su vida.

de "Hagamos el resto"





Que lo disfruten,
Carmen


21 ago 2019

CIRCO, de Rubén Capodacqua


Sacó la galera del baúl, le sacudió el polvo y la puso sobre un tronco, al sol.
Apoyado en su bastón se inclinó un poco y acarició la cabeza del niño.
-Todos los conejos que salgan del sombrero serán tuyos – le dijo, sólo tendrás que creer en los sueños.
Al pequeño le brillaban los ojos, estiró los brazos hacia el mago y el pacto quedó sellado para siempre.


De " Hagamos el resto" 
Que lo disfruten,
Carmen

19 ago 2019

MIEDOS II, poema de Griselda Rulfo

Tengo miedo a los pasos que persiguen

los míos.
la vara en la mano
que golpea al silencio
y lo convierte
                       en aullidos.


Tengo miedo
a los ojos amoratadas
                por sus puños.
A la blasfemia
de su boca roja
gritándole  a esa niña
                 que fui.

A la mirada
que acusa sin razón.
A las puñaladas
de sus  palabras
                en la espalda.

12 ago 2019

ROPA USADA, de Pía Barros


                                                                ROPA USADA I
(A Ana Madre)
Un hombre entra a la tienda. La chaqueta de cuero, gastada, sucia, atrapa su mirada de inmediato. La dependienta musita un precio ridículo, como si quisiera regalársela. Sólo porque tiene un orificio justo en el corazón. Sólo porque tras el cuero, el chiporro blanco tiene una mancha rojiza que ningún detergente ha podido sacar. El hombre sale feliz a la calle. A pocos pasos, unos enmascarados disparan desde un callejón. Una bala hace un giro en ciento ochenta grados de su destino original. Se diría que la bala tiene memoria. Se desvía y avanza, gozosa, hasta la chaqueta. Ingresa, conocedora, en el orificio. El hombre congela la sonrisa ante el impacto. La dependienta, corre a desvestirlo y a colgar nuevamente la chaqueta en el perchero. Lima sus uñas distraída, aguardando.

PRESENTES AMATORIOS
Me regaló una flor violeta y derramó su sonrisa de dientes perfectos sobre mi soledad. Pero vino la ráfaga del invierno y la ternura quedó sepultada cara abajo tras la almohada. Ahora vago con el rostro oculto hacia las veredas. Nadie cree que es una flor aquello tatuado a golpes sobre mi rostro.


5 ago 2019

LA OVEJA NEGRA, de Augusto Monterroso

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

 Del libro LA OVEJA NEGRA y demás fábulas (2000)

Que lo disfruten
Carmen

29 jul 2019

UN NIÑO COMO YO, de Gabriel García Márquez

Un niño de unos cinco años que ha perdido a su madre entre la muchedumbre de una feria se acerca a un agente de la policía y le pregunta: “¿No ha visto usted a una señora que anda sin un niño como yo?”.

Que lo disfruten,
Carmen




Revista Conversaciones desde la Soledad, Bogotá, 2001

23 jul 2019

EL IMÁN, de Oscar Wilde


Había una vez un imán y en el vecindario vivían unas limaduras de acero. Un día, a dos limaduras se les ocurrió bruscamente visitar al imán y empezaron a hablar de lo agradable que sería esta visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras empezaron a discutir el asunto y gradualmente el vago deseo se transformó en impulso. ¿Por qué no ir hoy?, dijeron algunas, pero otras opinaron que sería mejor esperar hasta el día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, habían ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, y cuanto más hablaban, más fuerte era el impulso, hasta que las más impacientes declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía ya tiempo que le debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inconscientemente acercándose.
Al fin prevalecieron las impacientes, y en un impulso irresistible la comunidad entera gritó:
-Inútil esperar. Iremos hoy. Iremos ahora. Iremos en el acto.
La masa unánime se precipitó y quedó pegada al imán por todos lados. El imán sonrió, porque las limaduras de acero estaban convencidas de que su visita era voluntaria.

Que lo disfruten,
Carmen


15 jul 2019

EL PASATIEMPO, de Martín Gardella

En la plaza de un pueblo desértico hay un extraño carrusel en el que el tiempo avanza misteriosamente a medida que el círculo se mueve en el sentido de las agujas del reloj. Cada vuelta sobre su eje equivale a un año calendario. Al principio es divertido ver como los niños se transforman en adolescentes. Es incluso emocionante para algunas madres poder ver que sus hijos conservan esas alegres sonrisas juveniles a pesar de las canas. Es aterrador, en cambio, cada vez que aparece algún caballo de madera dando la vuelta, ya sin su jinete.
Del libro "Los chicos crecen"
Que lo disfruten,
Carmen



7 jul 2019

ESPOSA EN REVERSA, de Stephen Dixon

Su esposa muere, los labios ligeramente separados, un ojo abierto. Él golpea la puerta del dormitorio de su hija menor y le dice: "Sería mejor que vinieras. Parece que mamá está por fallecer". Su esposa entra en coma tres días después de haber vuelto a casa y sigue así durante once días. Hacen una pequeña fiesta al segundo día de su regreso: salmón de Nueva Escocia, chocolates, un risotto que prepara él, queso brie, frutillas, champagne. Un vehículo de traslado médico trae a su esposa a casa. Ella dice: "Ya no quiero más asistencia vital, ni remedios, ni suero, ni comida". Él llama al 911 por cuarta vez en dos años, le dice al operador: "Mi esposa; estoy seguro de que es otra vez neumonía". A su esposa le colocan un tubo traqueal. "¿Cuándo me lo sacarán?", dice ella, y el doctor responde: "¿Para ser honesto? Nunca". "Su esposa tiene un caso muy grave de neumonía", les dice a él y a sus hijas, la primera vez, el médico de cuidados intensivos, "y entre uno y dos por ciento de probabilidades de sobrevivir".


1 jul 2019

EL RAMO AZUL, de Octavio Paz


Desperté, cubierto de sudor. Del piso de ladrillos rojos, recién regados, subía un vapor caliente. Una mariposa de alas grisáceas revoloteaba encandilada alrededor del foco amarillento. Salté de la hamaca y descalzo atravesé el cuarto, cuidando no pisar algún alacrán salido de su escondrijo a tomar el fresco. Me acerqué al ventanillo y aspiré el aire del campo. Se oía la respiración de la noche, enorme, femenina. Regresé al centro de la habitación, vacié el agua de la jarra en la palangana de peltre y humedecí la toalla. Me froté el torso y las piernas con el trapo empapado, me sequé un poco y, tras de cerciorarme que ningún bicho estaba escondido entre los pliegues de mi ropa, me vestí y calcé. Bajé saltando la escalera pintada de verde. En la puerta del mesón tropecé con el dueño, sujeto tuerto y reticente. Sentado en una sillita de tule, fumaba con el ojo entrecerrado. Con voz ronca me preguntó:
-¿Dónde va señor?
-A dar una vuelta. Hace mucho calor.
-Hum, todo está ya cerrado. Y no hay alumbrado aquí. Más le valiera quedarse.
Alcé los hombros, musité “ahora vuelvo” y me metí en lo oscuro. Al principio no veía nada. Caminé a tientas por la calle empedrada. Encendí un cigarrillo. De pronto salió la luna de una nube negra, iluminando un muro blanco, desmoronado a trechos. Me detuve, ciego ante tanta blancura. Sopló un poco de viento. Respiré el aire de los tamarindos. Vibraba la noche, llena de hojas e insectos. Los grillos vivaqueaban entre las hierbas altas. Alcé la cara: arriba también habían establecido campamento las estrellas. Pensé que el universo era un vasto sistema de señales, una conversación entre seres inmensos. Mis actos, el serrucho del grillo, el parpadeo de la estrella, no eran sino pausas y sílabas, frases dispersas de aquel diálogo. ¿Cuál sería esa palabra de la cual yo era una sílaba? ¿Quién dice esa palabra y a quién se la dice? Tiré el cigarrillo sobre la banqueta. Al caer, describió una curva luminosa, arrojando breves chispas, como un cometa minúsculo.
Caminé largo rato, despacio. Me sentía libre, seguro entre los labios que en ese momento me pronunciaban con tanta felicidad. La noche era un jardín de ojos. Al cruzar la calle, sentí que alguien se desprendía de una puerta. Me volví, pero no acerté a distinguir nada. Apreté el paso. Unos instantes percibí unos huaraches sobre las piedras calientes. No quise volverme, aunque sentía que la sombra se acercaba cada vez más. Intenté correr. No pude. Me detuve en seco, bruscamente. Antes de que pudiese defenderme, sentí la punta de un cuchillo en mi espalda y una voz dulce:
-No se mueva , señor, o se lo entierro.
Sin volver la cara pregunte:
-¿Qué quieres?
-Sus ojos, señor –contestó la voz suave, casi apenada.

17 jun 2019

EL SAPO, Juan José Arreola

Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón.
Prensado en un bloque de lodo frío, el sapo se sumerge en el invierno como una lamentable crisálida. Se despierta en primavera, consciente de que ninguna metamorfosis se ha operado en él. Es más sapo que nunca, en su profunda desecación. Aguarda en silencio las primeras lluvias.
Y un buen día surge de la tierra blanda, pesado de humedad, henchido de savia rencorosa, como un corazón tirado al suelo. En su actitud de esfinge hay una secreta proposición de canje, y la fealdad del sapo aparece ante nosotros con una abrumadora cualidad de espejo.

Que lo disfruten,
Carmen

10 jun 2019

LA MEJOR LUNA , de Liliana Bodoc

Pedro es amigo de Juan. Juan es amigo de Melina. Melina es amiga de la luna.Por eso, cuando la luna empieza a perder su redondez, los ojos alargados de Melina hierven de lágrimas, su tazón de leche se pone viejo en un rincón, y no hay caricias que la alegren.
Días después, cuando la luna desaparece por completo, Melina sube a los techos y allí se queda, esperando que la luna regrese al cielo como aparecen los barcos en el horizonte.
Melina es la gata de Juan. Juan es amigo de Pedro. Pedro es el dueño de la luna.
La luna de Pedro no es tan grande ni tan redonda, tiene color de agua con azúcar y sonríe sin boca. Y es así porque Pedro la pintó a su gusto en un enorme cuadro nocturno, mitad mar, mitad cielo.
Pedro, el pintor de cuadros, pasa noches enteras en su balcón. Y desde allí puede ver la tristeza de Melina cuando no hay luna. Gata manchada de negro que anda sola por los techos.
¿Les dije que Melina es la gata de Juan? ¿Les dije que Juan se pone triste con la tristeza de Melina?
Juan se pone muy triste cuando Melina se pierde en el extraño mundo de los techos, esperando el regreso de la luna. Y siempre está buscando la manera de ayudar a su amiga. Por eso, apenas vio el nuevo cuadro que Pedro había pintado, Juan tuvo una idea.
Y aunque se trataba de una luna ni tan grande ni tan redonda, color de agua con azúcar, podía alcanzar para convencer a Melina de que un pedacito de mar y una luna quieta se habían mudado al departamento de enfrente.
Juan cruzó la calle, subió siete pisos en ascensor y llamó a la puerta de su amigo. Pedro salió a recibirlo con una mano verde y otra amarilla. Juan y Pedro hablaron durante largo rato y, al fin, se pusieron de acuerdo. Iban a colgar el enorme cuadro en el balcón del séptimo piso para que, desde los techos de enfrente, Melina creyera que la luna estaba siempre en el cielo. Eso sí, tendrían que colgarlo al inicio de la noche y descolgarlo al amanecer.
Pedro es un pintor muy viejo. Juan es un niño muy niño. La luna del cuadro no es tan redonda ni tan grande. Y Melina, la gata, no es tan sonsa como para creer que una luna pintada es la luna verdadera.
Apenas vio el cuadro colgado en el balcón de enfrente, Melina supo que esa no era la verdadera luna del verdadero cielo. También supo que ese mar, aunque era muy lindo, no tenía peces. Entonces, la gata inclinó la cabeza para pensar qué debía hacer.
¿Qué debo hacer?, pensó Melina para un lado.
¿Qué debo hacer?, pensó Melina para el otro.
"La luna está lejos y Juan está cerca. Juan es capaz de reconocerme entre mil gatas manchadas de negro. Para la luna, en cambio, yo debo ser una gata parecida a todas en un techo parecido a todos. Y aunque la luna del pintor Pedro no es tan grande ni tan redonda es la luna que me dio el amor"
Melina es amiga de Juan. Juan es amigo de Pedro. Pedro es amigo de los colores.
Juan creyó que un cuadro podía reemplazar al verdadero cielo. Porque para eso están los niños, para soñar sin miedo.
Melina dejó de andar triste en las noches sin luna, porque para eso tenía la luna del amor.
Y Pedro sigue pintando cielos muy grandes, porque para eso están los colores: para acercar lo que está lejos.

Que lo disfruten tanto como yo,
Carmen



27 may 2019

LOS DÍAS DE HUMANO, de Ariel Montesdeoca


De un poeta que conocí en "La Hora del Cuento", encuentro que se realizó en la Falda este pasado 23 de mayo. Que lo disfruten,
Carmen

20 may 2019

PROMETEO DE CIRCO, de Ana María Shua


¿Arte o entretenimiento? Si el buitre escarba hondamente con su pico en el hígado de Prometeo, ¿es arte o entretenimiento?
Es arte si es sangre verdadera el líquido que tiñe el pico del pájaro, si es sangre la que brota a borbotones y se derrama por el costado del cuerpo, si es sangre la que colorea de rojo las rocas a las que está maniatado el hombre. Pero si es una mezcla de glicerina con ketchup, es sólo entretenimiento, puro circo. 

Por supuesto, hay quien opina precisamente lo contrario.
Entretanto, como a esta distancia no es posible comprobarlo, habrá que limitarse a disfrutar del espectáculo. Hay funciones todos los días.



 del libro "Fenómenos de Circo"

Que lo disfruten, 

Carmen