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16 oct 2023

UN DÍA PERFECTO PARA EL PEZ BANANA, de J.D. Salinger

 


En el hotel había noventa y siete agentes de publicidad neoyorquinos. Como monopolizaban las líneas telefónicas de larga distancia, la chica del 507 tuvo que esperar su llamada desde el mediodía hasta las dos y media de la tarde. Pero no perdió el tiempo. En una revista femenina leyó un artículo titulado «El sexo es divertido o infernal». Lavó su peine y su cepillo. Quitó una mancha de la falda de su traje beige. Corrió un poco el botón de la blusa de Saks. Se arrancó los dos pelos que acababan de salirle en el lunar. Cuando, por fin, la operadora la llamó, estaba sentada en el alféizar de la ventana y casi había terminado de pintarse las uñas de la mano izquierda. No era una chica a la que una llamada telefónica le produjera gran efecto. Se comportaba como si el teléfono hubiera estado sonando constantemente desde que alcanzó la pubertad. Mientras sonaba el teléfono, con el pincelito del esmalte se repasó una uña del dedo meñique, acentuando el borde de la lúnula. Tapó el frasco y, poniéndose de pie, abanicó en el aire su mano pintada, la izquierda. Con la mano seca, tomó del alféizar un cenicero repleto y lo llevó hasta la mesita de noche, donde estaba el teléfono. Se sentó en una de las dos camas gemelas ya hecha y—ya era la cuarta o quinta llamada—levantó el auricular del teléfono. —Diga—dijo, manteniendo extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de la bata de seda blanca, que era lo único que llevaba puesto, junto con las chinelas: los anillos estaban en el cuarto de baño. —Su llamada a Nueva York, señora Glass—dijo la operadora. —Gracias—contestó la chica, e hizo sitio en la mesita de noche para el cenicero. A través del auricular llegó una voz de mujer: —¿Muriel? ¿Eres tú? La chica alejó un poco el auricular del oído. —Sí, mamá. ¿Cómo estás?—dijo. —He estado preocupadísima por ti. ¿Por qué no has llamado? ¿Estás bien? —Traté de telefonear anoche y anteanoche. Los teléfonos aquí han... —¿Estás bien, Muriel? La chica separó un poco más el auricular de su oreja. —Estoy perfectamente. Hace mucho calor. Este es el día más caluroso que ha habido en Florida desde... —¿Por qué no has llamado antes? He estado tan preocupada... —Mamá, querida, no me grites. Te oigo perfectamente —dijo la chica—. Anoche te llamé dos veces. Una vez justo después... —Le dije a tu padre que seguramente llamarías anoche. Pero no, él tenía que... ¿estás bien, Muriel? Dime la verdad. —Estoy perfectamente. Por favor, no me preguntes siempre lo mismo. —¿Cuándo llegasteis? —No sé... el miércoles, de madrugada. —¿Quién condujo? —Él—dijo la chica—. Y no te asustes. Condujo bien. Yo misma estaba asombrada. —¿Condujo él? Muriel, me diste tu palabra de que... —Mamá—interrumpió la chica—, acabo de decírtelo. Condujo perfectamente. No pasamos de ochenta en todo el trayecto, ésa es la verdad. —¿No trató de hacer el tonto otra vez con los árboles? —Vuelvo a repetirte que condujo muy bien, mamá. Vamos, por favor. Le pedí que se mantuviera cerca de la línea blanca del centro, y todo lo demás, y entendió perfectamente, y lo hizo. Hasta se esforzaba por no mirar los árboles... se notaba. Por cierto, ¿papá ha hecho arreglar el coche? —Todavía no. Es que piden cuatrocientos dólares, sólo para... —Mamá, Seymour le dijo a papá que pagaría él. Así que no hay motivo para... —Bueno, ya veremos. ¿Cómo se portó? Digo, en el coche y demás... —Muy bien—dijo la chica. —¿Sigue llamándote con ese horroroso...? —No. Ahora tiene uno nuevo —¿Cuál? —Mamá... ¿qué importancia tiene? —Muriel, insisto en saberlo. Tu padre... —Está bien, está bien. Me llama Miss Buscona Espiritual 1948—dijo la chica, con una risita. —No tiene nada de gracioso, Muriel. Nada de gracioso. Es horrible. Realmente, es triste. Cuando pienso cómo... —Mamá—interrumpió la chica—, escúchame. ¿Te acuerdas de aquel libro que me mandó de Alemania? Unos poemas en alemán. ¿Qué hice con él? Me he estado rompiendo la cabeza... —Lo tienes tú. —¿Estás segura?—dijo la chica. —Por supuesto. Es decir, lo tengo yo. Está en el cuarto de Freddy. Lo dejaste aquí y no había sitio en la... ¿Por qué? ¿Te lo ha pedido él? —No. Simplemente me preguntó por él, cuando veníamos en el coche. Me preguntó si lo había leído. —¡Pero está en alemán! —Sí, mamita. Ese detalle no tiene importancia—dijo la chica, cruzando las piernas—. Dijo que casualmente los poemas habían sido escritos por el único gran poeta de este siglo. Me dijo que debería haber comprado una traducción o algo así. O aprendido el idioma... nada menos... —Espantoso. Espantoso. Es realmente triste... Ya decía tu padre anoche... —Un segundo, mamá—dijo la chica. Se acercó hasta el alféizar en busca de cigarrillos, encendió uno y volvió a sentarse en la cama—. ¿Mamá?—dijo, echando una bocanada de humo. —Muriel, mira, escúchame. —Te estoy escuchando. —Tu padre habló con el doctor Sivetski. —¿Sí?—dijo la chica. —Le contó todo. Por lo menos, eso me dijo, ya sabes cómo es tu padre.


LOA ÁNGELES NO TIENEN TUMBA, de Claudia Tejeda


Precepto

Hubo un tiempo de sopas renegadas

de pálidos caldos en la noche. 

La mesa se agrandaba de obtusas esquinas

y cucharas que se ahogaban entre fideos huecos.

El deber ante el hambre 

de todos los niños del mundo 

tragarse la propia escasez

                         hasta la última gota de culpa.


Claudia de Lourdes Tejeda nació en Alta Gracia, Córdoba, Argentina.
Poeta, narradora formada en talleres literarios. Ha obtenido reconocimiento en concursos de poesía y cuento. Sus obras han sido publicadas en varias antologías. Participa de mesas de lectura y encuentros nacionales e internacionales.
Está a cargo de AMA América Madre filial Alta Gracia. Desde el año 2011 organiza las acciones de adhesión al Festival Internacional Palabra en el mundo de la ciudad. Coordina la Noche literaria en “El café de las malas compañías”.
Editó los libros: De hiedras y grietas (poemas y relatos); Como racimo de abejas (narrativa breve); Andamios de pan (poesía); El rayo imperfecto (poesía);
Anisacaterías junto a Carlos Medina (poemas ilustrados); Un ojo con patio (poesía); Trencadís. Poemas de amor irregular (poesía); además de integrar varias antologías.


Que la disfruten

Carmen