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21 sept 2011

BESOS QUE DAN VIDA por María Elena Garay


Hay fotografías que perpetuaron un momento y pasaron a ser íconos de una época: la foto del Che Guevara tomada por Alberto Korda el 5 de marzo de 1960 o la de Albert Einstein sacando la lengua a la cámara, (14 de marzo de 1951) de Arthur Sasse, que nos devuelve una visión cómica y desenfadada del genio. Y tantas otras…
Una en particular me conmueve: la que tomó el fotógrafo Alfred Eisenstaedt el 14 de agosto de 1945: un marinero besa a una enfermera que pasa por la neoyorquina plaza de Time Square. Ese día el presidente de EEUU Harry S. Truman anunció la rendición incondicional de Japón y el final de la Segunda guerra mundial. (La rendición fue el 15 pero por la diferencia horaria, se registró en EE UU cuando todavía era 14). La foto dio la vuelta al mundo. La enfermera, identificada después, era Edith Shain, quien falleció el año pasado a la edad de 91 años; no se sabe la identidad del soldado. Cada año, parejas estadounidenses celebran con un beso multitudinario el fin de la guerra, junto a la estatua que reproduce el famoso beso en la misma plaza. Para ellos esa foto es el símbolo del V.Day (Día de la victoria sobre Japón).
Para mí esa foto representa la victoria del amor sobre la guerra, la alegría sobre la destrucción, de la razón sobre el desquicio, Eros en contra de Tánatos.
En agosto de 2010, EEUU anunció el cierre de su campaña militar en Irak. ¿Los marines vuelvieron a sus casas? Quedan atrás las armas de destrucción masivas nunca encontradas, la tortura en la cárcel de Abu Graib, cincuenta mil soldados estadounidenses caídos y cientos de miles en el país invadido (entre civiles y militares) ; un millón y medio de desplazados. Ante tamaño escenario de masacre me gustaría ver fotos, miles de fotos como las del V. Day, con los soldados de ambos bandos celebrando estar vivos, con un beso. (De hecho hay un mito egipcio en el que al besar se da vida a los muertos) Los besos de las esposas, novias, madres, hermanas que sufrieron los siete años y cinco meses que duró esta atroz guerra, delirio de un loco que escuchando la palabra de Dios (Bush), en marzo de 2003 cacareó una victoria en 40 días.
Pero me temo que eso no será posible, no totalmente. Quedan en Irak más de 50.000 soldados en la Operación Nuevo Amanecer. Y muchos de los que se fueron con su equipo bélico, fueron llevados a Afganistán donde sigue la lucha y persecución contra los talibanes y al Al Qaeda. Besos postergados, abortados, imposibles.
Y me gustaría ver en grandes murales los besos que se dieron en los 60 y 70 las parejas que se opusieron a la guerra de Vietnam. (¿No aprenderán nunca de las derrotas?) Al final tenían razón esos loquitos pelilargos que desde Woodstock proclamaban hacer el amor y no la guerra. ¡Qué sentido tenían aquellas fotos también íconos de Jhon Lenon y Yoko Ono en la cama!
Por ahora, el afán imperialista y armamentista de los “dueños del mundo” sigue renovando conflictos, negociando con el petróleo, las armas y con las drogas; sigue la ruleta rusa con los seres humanos.
Mejor, sigo con los besos. Más aún: los besos en el arte. Los artistas representan la pasión de un beso de amor (su propio sentimiento) de diversas maneras: Imposible olvidar la estatua de El beso de Rodin, esculpida en mármol (1888). Aunque en realidad la imagen femenina representa a Francisca de Rímini, personaje del Infierno de Dante, me la imagino a su amante, la también escultora Camile Claudel. La posición de los cuerpos desnudos, la torsión de los músculos, la pasión que de ellos emana, emociona, encandila; mirarla en directo (mide 1,90 por 1,20 por 1,15) debe ser soberbio.

5 sept 2011

EL AVISO, de Carmen Nani


“Mirá Sara, no sos la única  que reclama ternura”, dijo Tomás mientras leía el diario del domingo. “¿Qué decís?.” “Nada, es una broma.” ”Para variar, una broma que solamente vos entendés”, contestó Sara mientras doblaba la ropa. Estaba cansada, aburrida, y él se daba cuenta, de eso estaba segura, pero se hacía el oso, le convenía. Era más fácil dejar las cosas como estaban; siempre enfrascado en la lectura, sino era el diario, era un libro, o cualquier cosa que cayera en sus manos y que por supuesto tuviera letras. Al principio creyó que leía por pasión, pero con el tiempo comprendió que lo hacía por comodidad. Tomás prefería un libro a una charla, porque  frente a un libro era dueño de la verdad, el libro no tenía la posibilidad de contradecirlo. Por eso Tomás leía. ¿Y ahora qué hace? pensó Sara mientras veía que su marido buscaba algo. Había dejado el diario sobre la mesa y tuvo la impresión de que había señalado algo. Por primera vez sintió curiosidad. ¿Era curiosidad, o inquietud ante la intuición de un peligro inminente? “¿Dónde está la tijera, Sara?”. “ En el cajón del bargueño debajo de un block de hojas amarillas”, mintió Sara. Aprovechó el tiempo que Tomás demoraba y sin moverse demasiado, se estiró todo lo que pudo para ver qué había marcado su marido en el diario. 

Se busca hombre alto.  
Entre cuarenta y cuarenta y cinco años. 
Requisito fundamental: La ternura.
¿Y a éste que le pasa?, pensó Sara mientras amasaba un pullover de Tomás. Si lo quiere recortar es porque le interesa. No, no puede ser tan cretino, por lo menos podría haber sido más disimulado, pensaba y el pullover que quedaba reducido a una pelota de lana. “¿La encontraste?”.” No”. “Entonces debe estar arriba de la biblioteca”. En un instante Sara memorizó el número de teléfono que aparecía en el aviso. Me voy a dormir. Estoy muy cansado”. “¿Tan temprano?” “¿No íbamos a ver una película?” “No tengo ganas Sara”. Cuando Tomás se acostó, Sara agarró el diario, se metió en el baño. No quería que Tomás la escuchara. El infeliz cortó el aviso, pensó mientras lo doblaba.

  Se busca hombre alto.
  Entre cuarenta y cuarenta y cinco años. 
  Requisito fundamental: La ternura.
      ¿Qué pretendía? No iba a permitir que le diera a otra lo que a ella le negaba. Salió de baño sin hacer ruido. Miró hacia el dormitorio. Tomás ya dormía. ¿Cómo puede dormir así?, pensó Sara indignada. Pretende engañarme y duerme como un bendito. Tratando  de no hacer ruido, fue hasta el teléfono y marcó el número que había memorizado. Contestó una mujer. “Buenas noches, no me conoce”, dijo Sara, “Pero necesito hablar con usted urgente. Se trata de algo personal. Es por el aviso. No, no me mal entienda. Mi marido. Por teléfono no le puedo explicar. ¿Podríamos vernos? ” ¡Pero qué estoy haciendo! Me voy a encontrar con una mujer que no sé quién es, para contarle que mi marido la va a llamar porque pretende serme infiel con ella. Debo estar loca, pensó mientras colgaba. Pero anotó la dirección y se metió en la cama. Intentó dormir, en vano. No pensaba tanto en la traición de Tomás sino en como justificarse ante esa mujer. Después de todo defendía lo que era suyo. ¿Lo era?.