Iván Dmítrich, un hombre de clase media que mantenía su familia con unos doscientos rublos al año, estaba muy satisfecho con su suerte.
Se sentó en el sofá después de cenar y
empezó a leer el periódico.
—Hoy me he olvidado de mirar el
periódico —le dijo su mujer mientras quitaba la mesa—. Fíjate si han salido la
lista de premios.
—Sí, sí están —dijo Iván Dimítrich—, ¿pero no
había sido ya el sorteo de ese billete?
—No, lo compré el martes.
—¿Cuál es el número?
—Serie nueve mil cuatrocientos noventa
y nueve, el número veintiséis.
—Bueno… Vamos a ver… nueve mil
cuatrocientos noventa y nueve, y veintiséis.
Iván Dmítrich no creía en el azar y no
le interesaba la lotería y, por lo general, no hubiera consentido revisar la
lista de números premiados, pero ahora, como no tenía otra cosa que hacer y el
periódico estaba ante sus ojos, deslizó su dedo hacia abajo a lo largo de la
columna de números. De inmediato, como una burla a su incredulidad, no más allá
de la segunda línea, su mirada se fijó en la cifra nueve mil cuatrocientos
noventa y nueve. No pudo creer lo que veía, se apresuró a soltar la hoja en su
regazo sin mirar el número del billete y, como si le hubieran tirado un balde
de agua encima, sintió que el frío le llegó a la boca del estómago; una
sensación terrible y dulce al mismo tiempo.
—¡Masha, nueve mil cuatrocientos
noventa y nueve, ahí está! —dijo con voz ahogada.
La mujer miró su gesto entre asombro y
espanto, y se dio cuenta de que no estaba bromeando.
—¿Nueve mil cuatrocientos noventa y
nueve? —preguntó ella, palideciendo y dejando caer el mantel doblado sobre la
mesa.
—Sí, sí… ¡De verdad que está ahí!
—¿Y el número del billete?
—¡Ay, es verdad! El número del billete
también. No. ¡Espera! Quiero decir: de todas formas, ¡nuestro número de serie
está allí! De todas formas, entiendes…
Miró a su esposa, y a Iván Dmítrich se
le dibujó una sonrisa amplia, sin sentido, como un bebé cuando se le muestra
algo brillante. Ella sonreía también. El hecho de anunciar la serie sin correr
a encontrar el número del billete fue tan agradable para ella como para él. El
tormento y la expectativa ante la esperanza de una posible fortuna es tan
dulce, tan emocionante.
—Es nuestra serie —dijo por fin Iván,
después de un largo silencio—. Así que es probable que hayamos ganado. Es solo
una probabilidad, ¡pero existe!
—Está bien, ahora míralo —reclamó ella.
—Espera un poco. Tenemos tiempo de sobra para decepcionarnos. Está en la segunda línea desde arriba, por lo que el premio es de setenta y cinco mil rublos. Pero no solo es dinero, ¡es capital, poder! Y si en un momento miro la lista y ahí está el número veintiséis… ¿Qué me dices? ¿Oye, y si realmente hemos ganado?