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24 may 2021

COSMÉTICA DEL ENEMIGO, de Amélie Nothomb

 



En esta Cosmética del enemigo se demuestra cómo los verdaderos talentos nunca dejan de buscar nuevos horizontes para sus obsesiones más perdurables. En una prosa de una contundencia sin parangón en el panorama de las letras europeas de hoy («cada frase tiene la fuerza de un aforismo», dijo de este libro un crítico francés), Nothomb muestra su extraordinaria capacidad para poner al descubierto la parte más oscura e inquietante de nuestro mundo cotidiano, incluso en la zona en la que más a salvo nos sentimos. El empresario Jérôme Angust recibe por megafonía el anuncio de que su vuelo sufre un retraso sin determinar. Para matar el tiempo se sumerge en la lectura del libro que lleva en su bolsa de mano, pero un inesperado interlocutor, Textor Texel, le dará conversación a pesar de su manifiesta resistencia. Como se trata de una novela de Nothomb, no sorprende que el inoportuno Texel tenga algoque contar que es mucho más terrorífico, intrigante y sugestivo que cualquier libro: a lo largo de su relato, la violación y el asesinato se irán perfilando con nitidez cada vez mayor, y Textor se irá transformando en una abominable encarnación de todos los fantasmas de Angust, quien verá convertida su anodina espera de un vuelo retrasado en una aventura ominosa y alucinante, una pesadilla en la tibia vigilia de una terminal de aeropuerto.  Después de Metafísica de los tubos muchos dudaron de que Nothomb, respetando su acostumbrado ritmo de una novela al año, pudiera mantenerse en ese altísimo nivel de calidad y de capacidad de conectar con el público lector. Los números hablaron por sí mismos: Cosmética del enemigo se convirtió en el gran acontecimiento del otoño de 2001 en Francia, donde agotó en la primera semana una tirada de 150.000 ejemplares. Y —dato elocuente- la crítica coincidió con el lector de a pie: una vez más, Nothomb se había superado a sí misma. «Aquellos que la tienen por espontánea y natural no opinan distinto de aquellos que la consideran excéntrica y provocativa. Cosa que, por otra parte, trae sin cuidado a Amélie Nothomb, quien se limita a bailar bajo la lluvia de premios que recibe» (Ghislain Cotton, L'Express). «El genio de Amélie Nothomb nos da la llave de la última puerta de un subconsciente cargado de dramas. Y sin embargo no queda más remedio que reír. ¡Qué bendición, en estos tiempos que corren!» (Le Parisién). «Imposible aburrirse con esta escritora. Ya se trate de sus recuerdos, como en Estupor y temblores, o de su imaginación, como en Cosmética del enemigo, siempre da en la diana. No se trata de originalidad, sino de talento» (París Match). 


Vale la pena leer esta novela...

Carmen

10 may 2021

ANTARTIDA, de Claire Keegan


 Cada vez que la mujer felizmente casada salía, se preguntaba cómo sería dormir con otro hombre. Ese fin de semana estaba decidida a descubrirlo. Era diciembre; sintió que se corría un telón sobre otro año. Quería hacer eso antes de ponerse demasiado vieja. Estaba segura de que se iba a desilusionar.

El viernes a la noche tomó el tren a la ciudad, se sentó a leer en un vagón de primera clase. El libro no llegó a interesarle; ya podía prever el final. Del otro lado de la ventana, las casas iluminadas pasaban veloces en la oscuridad. Había dejado afuera un plato de macarrones y queso para los chicos, había ido a buscar a la tintorería los trajes de su marido. Le había dicho que iba a hacer las compras de Navidad. No había razón para que no confiara en ella.

Cuando llegó a la ciudad, tomó un taxi hasta el hotel. Le dieron un cuarto pequeño y blanco, con vista a Vicar’s Close, una de las calles más antiguas de Inglaterra, una hilera de casas de piedra, con altas chimeneas de granito, donde vivía el clero. Esa noche se sentó en el bar del hotel a beber tequila con lima. Los viejos leían periódicos, no había mucho movimiento, pero no le importó, necesitaba una noche de descanso. Se metió en la cama que pagó y cayó en un sueño sin sueños, y se despertó con el sonido de las campanas que repicaban en la catedral.

El sábado fue hasta el shopping. Las familias habían salido a empujar cochecitos, a través de la muchedumbre matinal, un espeso torrente de personas que circulaba por las puertas automáticas. Compró regalos inusuales para los chicos, cosas que pensó no iban a imaginarse. Al hijo mayor le compró una afeitadora eléctrica —ya era hora—, un atlas para la niña y, para su marido, un costoso reloj de oro con esfera plana y blanca.