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29 may 2020

LA HISTORIA DEL AMOR, de Nicole Krauss

Leo Gursky, cerrajero polaco jubilado en Nueva York, cuya obsesión es "no morirme un día en que nadie me haya visto", recibe misteriosamente el manuscrito de un texto que creía perdido, acompañado de una enigmática carta. Instalado en el ocaso de su vida, esta sorpresa lo lleva a bucear en los recuerdos de su lejana juventud, recuperando emociones que suponía enterradas. No muy lejos de allí, la quinceañera Alma Singer padece los dilemas y conflictos de su edad. Hace ya ocho años que su padre murió de cáncer y ella ha decidido que es hora de que su madre deje de estar triste, o sea, se dispone a encontrarle un nuevo marido. Cuando en su camino aparece La historia del amor, una novela rara, escrita en yidis, publicada en español y comprada por su padre en una librería de Buenos Aires, los interrogantes se suceden. ¿Por qué su padre se la regaló a su madre muy poco después de conocerla? ¿Quién era su autor? ¿Y quién es el misterioso hombre que ha encargado a su madre que traduzca el libro al inglés? Como en una afinada composición musical, la intensidad de la historia va aumentando progresivamente hasta que los pasos del anciano que busca reconciliarse con su pasado y la adolescente que quiere poner remedio a la soledad de su madre se entrecruzan mediante una ingeniosa y compleja trama cuyos hilos convergen en un final inolvidable

Que la disfruten,
Carmen

25 may 2020

COLEÓPTEROS EN EL PARABRISAS, de Pedro Lemebel


De poner un pie en la pisadera y encaramarse al vuelo cumbiado de la micro. Más bien de entregarse a los tiritones de sus latas decoradas con el barroco picante de los fetiches familiares. Algo así como ponerle ruedas a la mediagua y traficar su estética chillona por los viaductos urbanos. Casi un museo itinerante del kitsch doméstico que bambolea en el zapatito de guagua colgado en el espejo. Un cristal que perdió su función de vigilar, atiborrado de chiches y encajes nylon que enaguan el azogue de sus bordes. Quizás un marco chantilly para la letra porra de sus calcomanías que rezan beatas "Dios es mi copiloto". Como el pañito tejido a croché que cubre el asiento del chofer, enjugando el sudor ácido de sus verijas obreras. Una forma de ambientar la travesía popular con el mismo floreado plástico que cubre "la humilde mesa". Sólo que en la micro las rosas plásticas parpadean con luz trashumante. Son guirnaldas pascueras o chispas made in Hong-Kong, que titilan opacadas por el fulgor de los neones en el cielo metropolitano.
Así las micros se extinguen en su caricatura de leyenda. Nuevas máquinas van reemplazando el gangoso ronquido de sus tarros. Pero aún es posible encontrar alguna destartalada Pila-Cementerio o Matadero-Palma, que amenaza desarmarse en cada zangoloteo de embrague. Sólo basta canjear la moneda por un boleto que asegura unidad coronaria al instante. Nunca se sabe lo que se paga; si la entrada a una discoteca ambulante o un safari en los pantanos del Zanjón de la Aguada. Solamente acomodarse en los asientos destripados por alguna gillette perversa y escuchar la música impuesta por el chofer, que se traviste en disjockey, piloto fórmula uno, o cobrador implacable de los que se suben por atrás sin pagar. Entonces chanta la máquina pidiendo que echen a correr la moneda, pero la moneda que venía pasando de mano en mano se perdió en algún bolsillo oportunista. 

18 may 2020

SEIS MICRO-RELATOS de varios autores


EL ENGAÑO
Marcial Fernández

La conoció en un bar y en el hotel le arrancó la blusa provocativa, la falda entallada, los zapatos de tacón alto, las medias de seda, los ligueros, las pulseras y los collares, el corsé, el maquillaje, y al quitarle los lentes negros se quedó completamente solo.


LA LECHERA PRAGMÁTICA.
Irene brea

De camino al mercado, la lechera sólo pensaba en las ganas que tenía de beber la fresquísima leche del cántaro. Pero logró resistirse, y al llegar le dieron una suma exorbitante por la mercancía. Ello hizo que, en adelante, no soñara lo que habría soñado si el cántaro se hubiera roto.

PARECE TAN DULCE, de Rosa Montero


Parece tan dulce y es feroz. Contemplen la sala: está llena de gente. Un tercio de esa gente, haciendo un cálculo optimista, son personas que no me quieren bien. Todos mis competidores, todos mis verdugos y todas mis víctimas. Llevo quince años en la firma, los cinco últimos como director de personal: no ha sido fácil. Pero de entre todos esos señores y señoras que me odian sé con certeza que la peor es ella. Ella es mi mayor enemigo. Estoy muy seguro de lo que digo porque la conozco bien: es mi mujer. 
Y eso que están presentes los más belicosos, los más tenaces de mis adversarios: Donatella, la licenciada en Económicas con un master en Harvard que entró como secretaria mía porque no encontraba trabajo con la crisis, y que un día me echó lenta y deliberadamente un carajillo hirviendo en los pantalones porque yo le había pedido que nos trajera unos cafés a la reunión de directores (¿y qué podía hacer yo? Yo no soy culpable de la crisis. Y en la reunión estaba el director general. Y se lo había pedido por favor). Zaldíbar, que me tiranizó los seis años que fue mi jefe, firmando como suyos, sin yo saberlo, todos los informes que le hice. Contreras, que aspiraba a mi cargo y perdió en la contienda, ayudado en la derrota, probablemente, por el hecho casual de que yo me hubiera hecho socio del mismo club de tenis que el director general, con quien llegué a trabar cierta amistad a golpe de raqueta (no soy un santo, pero tampoco un cerdo como Zaldíbar: digamos que estoy asentado en el más común y vulgar nivel de indignidad). Pues bien, pese a estar presentes estos tres pesos pesados en la hostilidad, ella sigue siendo el mayor enemigo que tengo en esta sala y en el planeta. El hecho de estar casados sólo agrava la cosa. Duermo con ella, con mi feroz enemiga, y en mis noches insomnes me parece escucharle rumiar, en el silencio de sus sueños, ocultos planes de futuras venganzas.

11 may 2020

AMOR DE MADRE, de Almudena Grandes


El relato inicia con una foto de una joven sentada al lado de su madre y al otro lado se encuentra un joven algo distante, inconforme cortando leña. Es un paisaje campestre...

Es ella, ¿no se acuerdan?, mi hija Marianne, la jovencita que está a mi lado en esta diapositiva, la misma...A ver, voy a quitarme de delante para que la vean mejor...Claro, si ya sabía yo que la recordarían, con la de disgustos que me ha dado durante tantos años, un quebradero de cabeza perpetuo, no se lo pueden ustedes ni figurar, o bueno, a lo mejor si que se lo figuran, porque si me hubiera tocado en suerte una hija así, no seguiría yo viniendo a las reuniones, todos los lunes y todos los jueves, sin faltar uno, en fin...

Y no saben lo mona que era cuando era pequeña, pero monísima, de verdad una ricura de cría, alegre, dócil, ordenada, obediente, cuando era bebé y la sacaba en su cochecito a dar un paseo por la avenida, tardaba más de media hora en recorrer cien metros, en serio, porque al verla tan gordita, tan rubia, tan sonrosada..., en resumen, tan guapa, todas las señoras se paraban a admirarla, y le acariciaban las manitas, y le hacían cucamonas, y le mandaban besitos en la punta de los dedos, bueno, esa clase de cosas que se le hacen a los niños que se crían tan hermosos como ésta, que parecía un anuncio de Nestlé, eso mismo parecía. De más mayorcita, en el colegio, hacía todos los años de  Virgen María en la función de Navidad