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30 sept 2019

AMUTAY, AMUTAY, TRIPA HUECUFÚ, de Cristina Bajo


AÑO 1807


Dicen que se dice
Que aquesto pasó
A la niña mala
Que al Diablo tentó.


Muchos maliciaron que María de la Cruz estaba “dañada” por haber fornicado con un infiel, lo cual era dos veces vergonzoso, como apuntara su tía Dolorita, por ser la joven cristiana y, además, hija de un Bustamante y una Cabrera, que en Córdoba es prosapia.
Pasado el tiempo de aquellos sucedidos, cuando las criadas eran ya unas morenas arrugadas y friolentas que se lo pasaban al lado del fogón contando cuentos de ánimas, reconocieron que hubo “alardes”, aquellas rarezas con que el Maligno, para que la gente se vaya anoticiando, anuncia sus perversas intenciones.
Estos alardes eran hechos que se presentaban, en un principio, sugestivos y a la vez dudosos de comprender. A saber, se decía que una vez se oyó, en las negruras de la noche, a alguien moviendo trastos en los fogones y cuando las morenas acudieron a conjurar al intruso armadas de escobas y crucifijos —por si era un alma en pena— encontraron cadenas, cerrojos, pasadores y trancas en su sitio... aunque un humillo maloliente escapaba por el ventanuco.
Una de ellas soltó un “¡Ayayayyy!” espeluznante, despertando al ama que, imaginando conductas contra el sexto mandamiento, les dio un susto de ordago al irrumpir en la cocina con la vara de disciplinar.
En la baraúnda de las fámulas que mentaban prodigios, la señora — reacia a aceptar pareceres de esclavas— buscó fundamento a lo sucedido: los ruidos serían de gato o pericote, únicos que podían escurrirse entre las rejas; el humo vendría del rescoldo y la hediondez, con el susto... en fin, dejarlo ahí.
Varios días después, una luz recorrió las habitaciones a las primeras del crepúsculo, mientras rezaban el rosario, y se escuchó el gemido de algo sobrenatural arrastrándose por los sótanos. Fue entonces que María de la Cruz cayó hacia atrás, donde por suerte estaba su ama de cría, una negra enorme llamada Betsabé, que la recogió en brazos mientras tiraba mandobles y distribuía cruces conminando a Belcebú a retirarse.
Calló el atroz lamento y la Niña volvió en sí, encontrándose el ama en la ímproba tarea de explicar aquello. Salió del paso acusando a la hija de haberse hartado de brevas calientes, con el agravante de una insolación, ya que la había descubierto, siestas atrás, volviendo del río, empapada y febril, muda de espanto. Zamarreada por la madre, María de la Cruz confesó haberse topado, en la Ribera del Bajo, con el Sombrerudo. La madre puso el grito en el cielo cuando mentó al duende perverso, ofensor de jovencitas, ladrón de voluntades, pero la desobediente le aseguró que, salvo el susto, nada hubo que lamentar, pues pudo escapar a tiempo, ya que tenía el pie en el estribo y una jaculatoria en la boca.
Poco después, una de las morenas lloró sus lágrimas, arrodillada por el tiempo de un ángelus sobre granos de maíz; la hermana del hacendado, señorita rígida como inquisidor en autos, la había encontrado volteando los retratos de los antepasados en la sala de honor. Sin embargo, no hubo forma de convencer a la chiquilla de que se reconociera culpable, pues se empecinó en que, sospechando una travesura del mozo Agustín (por quien la infeliz penaba) quiso enderezar el entuerto para que no le diera un soponcio al patrón.

23 sept 2019

CATEDRAL de Raymond Carver


Un ciego, antiguo amigo de mi mujer, iba a venir a pasar la noche en casa. Su esposa había muerto. De modo que estaba visitando a los parientes de ella en Connecticut. Llamó a mi mujer desde casa de sus suegros. Se pusieron de acuerdo. Vendría en tren: tras cinco horas de viaje, mi mujer le recibiría en la estación. Ella no le había visto desde hacía diez años, después de un verano que trabajó para él en Seattle. Pero ella y el ciego habían estado en comunicación. Grababan cintas magnetofónicas y se las enviaban. Su visita no me entusiasmaba. Yo no le conocía. Y me inquietaba el hecho de que fuese ciego. La idea que yo tenía de la ceguera me venía de las películas. En el cine, los ciegos se mueven despacio y no sonríen jamás. A veces van guiados por perros. Un ciego en casa no era una cosa que yo esperase con ilusión.
Aquel verano en Seattle ella necesitaba trabajo. No tenía dinero. El hombre con quien iba a casarse al final del verano estaba en una escuela de formación de oficiales. Y tampoco tenía dinero. Pero ella estaba enamorada del tipo, y él estaba enamorado de ella, etc. Vio un anuncio en el periódico: Se necesita lectora para ciego, y un número de teléfono.

16 sept 2019

LA QUE NO ESTÁ, de Ana María Shua

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Ninguna tiene tanto éxito como La Que No Está. Aunque todavía es joven, muchos años de práctica consciente la han perfeccionado en el sutilísimo arte de la ausencia. Los que preguntan por ella terminan por conformarse con otra cualquiera, a la que toman distraídos, tratando de imaginar que tienen entre sus brazos a la mejor, a la única, a La Que No Está.





De( Casa de Geishas)

Que lo disfruten,
Carmen

9 sept 2019

LA JOVEN TEJEDORA, de Marina Colasanti

Se despertaba cuando todavía estaba oscuro, como si pudiera oír al sol llegando por detrás de los márgenes de la noche. Luego, se sentaba al telar.
Comenzaba el día con una hebra clara. Era un trazo delicado del color de la luz que iba pasando entre los hilos extendidos, mientras afuera la claridad de la mañana dibujaba el horizonte.
Después, lanas más vivaces, lanas calientes iban tejiendo hora tras hora un largo tapiz que no acababa nunca.
Si el sol era demasiado fuerte y los pétalos se desvanecían en el jardín, la joven mujer ponía en la lanzadera gruesos hilos grisáceos del algodón más peludo. De la penumbra que traían las nubes, elegía rápidamente un hilo de plata que bordaba sobre el tejido con gruesos puntos. Entonces, la lluvia suave llegaba hasta la ventana a saludarla.
Pero si durante muchos días el viento y el frío peleaban con las hojas y espantaban los pájaros, bastaba con que la joven tejiera con sus bellos hilos dorados para que el sol volviera a apaciguar a la naturaleza.
De esa manera, la muchacha pasaba sus días cruzando la lanzadera de un lado para el otro y llevando los grandes peines del telar para adelante y para atrás.
No le faltaba nada. Cuando tenía hambre, tejía un lindo pescado, poniendo especial cuidado en las escamas. Y rápidamente el pescado estaba en la mesa, esperando que lo comiese. Si tenía sed, entremezclaba en el tapiz una lana suave del color de la leche. Por la noche, dormía tranquila después de pasar su hilo de oscuridad.
Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.
Pero tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que se sintió sola, y por primera vez pensó que sería bueno tener al lado un marido.
No esperó al día siguiente. Con el antojo de quien intenta hacer algo nuevo, comenzó a entremezclar en el tapiz las lanas y los colores que le darían compañía. Poco a poco, su deseo fue apareciendo. Sombrero con plumas, rostro barbado, cuerpo armonioso, zapatos lustrados. Estaba justamente a punto de tramar el último hilo de la punta de los zapatos cuando llamaron a la puerta.

2 sept 2019

ENEMIGA, de Sandra Barrera Andrada

Trepan como animales el muro de metal. Avanzan sigilosos para que los guardias los presientan como una equivocación de la naturaleza. Esta vez, la noche y la luna se disputan una batalla triste. una de las dos será la delatora.




Del libro "La opción del sitio"
Que lo disfruten,
Carmen