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31 may 2016

LAS SOLEDADES DE BABEL, de Mario Benedetti












La soledad es nuestra propiedad más privada
viejo rito de fuegos malabares
en ella nos movemos e inventamos paredes
con espejos de los que siempre huimos 
la soledad es tiempo / veloz o detenido /
reflexiones de noria / espirales de humo /
con amores in vitro / desamores in pectore /
y repaso metódico de la buena lujuria

                                                                          
la soledad es noche con los ojos abiertos
  esbozo de futuro que escondió la memoria
   desazones de héroe encerrado en su pánico
   y un sentido de culpa / jubilado de olvido

es la tibia conciencia de cómo deberían
haber sido los cruces de la vida y la muerte
y también el rescate de los breves chispazos
nacidos del encuentro de la muerte y la vida

la soledad se sabe sola en mundo de solos
y se pregunta a veces por otras soledades
no como via crucis entre ánimo y ánima
más bien con interés entomológico

24 may 2016

EL MUNDO, por Eduardo Galeano

            Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. El mundo es eso -reveló- Un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.



18 may 2016

AYYY! de Angélica Gorosdicher

Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta.  Era su marido.
¡Ayyy! —gritó ella—¡pero si vos estás muerto!
Él sonrió, entró y cerró la puerta.  Se la llevó al dormitorio, mientras ella seguía gritando, la puso en la cama, le sacó la ropa e hicieron el amor.   Una vez.   Dos veces.  Tres.   Una semana entera, mañana, tarde y noche haciendo el amor divina,  maravillosa, estupendamente.
Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta.  Era la vecina.
Ayyyy! —gritó la vecina—, ¡pero si vos estás muerta! —y se desmayó.


Ella se dio cuenta de que hacía una semana que no se levantaba de la cama para nada, ni para comer ni para ir al baño.  Se dio vuelta y ahí estaba su marido, en la puerta del dormitorio:
¿Vamos yendo, querida?
 —dijo y sonreía.

7 may 2016

BESOS EN EL PAN, por Almudena Grandes

Desde hace casi un año se encuentran todos los días, a las ocho y media de la mañana, en la misma barra del mismo bar de la misma estación  de metro.
María gracia nunca se ha sentido guapa, pero tuvo una edad luminosa que se prolongó en el tiempo, y buen tipo, un cuerpo donde las formas cóncavas las convexas se acoplaban en una dichosa armonía. Tenía además un pelo espectacular, una melena castaña, larga y rizada que llamaba la atención, restándola de los rasgos de un rostro vulgar de ojos pequeños, mandíbula cuadrada y labios casi inexistentes, de tan finos, que casaban muy mal con su acento venezolano. El paso del tiempo se ha cebado en el espesor de sus cabellos y en las curvas de su silueta, anulándolos por igual para dejarla a solas con sus labios borrosos, su mandíbula cuadrada, sus ojos pequeños, y un odioso flotador de grasa insoluble donde antes, en aquellos tiempos en los que al mirarse en el espejo veía un cuerpo y no un fardo rectangular, recuerda que solía ponerse un cinturón.
 Hace mucho tiempo que no la mira nadie. La primera vez que él lo hace, se repasa directamente a sí misma para comprobar que no ha pisado una caca de perro, ni ha reventado las costuras de los pantalones, ni ha salido de casa con la parte de arriba del pijama. Cuando descubre que todo está en orden, piensa que será una casualidad.
Antonio jamás ha sido guapo, en su juventud menos que nunca. La edad ha ido secando los granos de su cara, eliminando el exceso de grasa que convirtió durante décadas su nariz en un bulto informe, sustituyendo las ondas espesas, apelmazadas, de su flequillo, por una calvicie que le amarga aunque le favorece, o viceversa. Todo lo demás es obra del alcohol. De adolescente envidiaba a los chicos muy delgados, y a fuerza de beber ha logrado quedarse en los huesos. Como nada sale gratis, el coñac le ha asignado a otra raza. Ahora parece un piel roja, rojiza su cara en general, en particular sus pómulos, repletos de venillas rotas que se ramifican día tras día para conquistar ya la base de su nariz.
 Todos los días, a las ocho y media de la mañana, se encuentran en la misma barra del mismo bar de la misma estación de metro.