Para hacer honor a la verdad, debo reconocer que
Martín estuvo enamorado de ella desde el Jardín de Infantes.
Ese amor fue creciendo junto con él.
Así como el guardapolvo, año a año, le quedaba
chico, a veces el corazón también le resultaba pequeño para guardar tan gigante
secreto.
Pero también, para hacer honor a la verdad, debo
reconocer que Érica jamás le dio bolilla. Más todavía... creo que lo ignoraba.
Así pasó primer grado, segundo y tercero. Ella en
la ignorancia total. Él en total enamoramiento.
Luego en cuarto, en quinto y en sexto. Ella sin
darse por enterada. Él casi sin poder disimularlo.
La señorita Nidia fue la culpable aquel día.
-Bueno, chicos... voy a formar los grupos o
parejas de trabajo para que investiguen los temas nuevos. Para que no haya
peleas, lo vamos a hacer por orden alfabético... Álvarez y Bustos. Castro y
Ceballos. Coria y Cuaratto... Y así fue nombrando de a dos.
Martín sintió que el piso del aula tenía las
baldosas movedizas. Que el pizarrón era un péndulo negro de un reloj de pared
sin tiempo. Que su corazón era una locomotora que descarrilaba cerca de sus
orejas.
"LE TOCABA CON ELLA"
Cuando sonó el timbre y salieron al recreo...
"ella" (la que nunca le había dado bolilla y siempre lo había
ignorado) se acercó y le dijo que lo esperaba en su casa para trabajar ...el
viernes a la salida del cole, ya que tenían bastante material sobre el tema que
les había tocado.
El viernes, Martín se miró más de cincuenta veces
en el espejo. Se puso como dos litros y medio de perfume.
Se cambió veinte veces de ropa.
Cerró bajo doble llave su tierno y dulce secreto
de amor. Y partió.
Llegó a la casa de Érica. Se desarmó en saludos.
Después se perdió entre libros, diccionarios,
atlas, enciclopedias y mapas.
Trataba por todos los medios de disimular su
timidez.
Se sentía avergonzado y perdido como Tarzán en el
área peatonal. Con un rojo constante que le subía desde el alma y le incendiaba
los cachetes, buscaba en los índices. Marcaba los temas. Seleccionaba.
Ella, con la tranquilidad y seguridad que le daba
el ser dueña de casa, leía en voz alta. Sacaba las ideas principales. Datos
importantes.
Cada uno anotaba en sus cuadernos. Él la miraba y
volaba.
Lo que ella decía se transformaba en mágica
música que lo envolvía. Ella dictaba y su boca era un campanario que dejaba
volar miles de pájaros.
A pesar de su embobamiento pudo terminar con
todo.
Se despidió muy amablemente de la mamá y después
de llevarse por delante un sillón, pisarle la cola al perro y tropezar en la
alfombrita de la entrada, se despidió de Érica.
Ese fin de semana fue largo para Martín. Pero el
lunes llegó. Y llegó el momento en que la señorita Nidia dijo:
-Bueno, chicos... espero que hayan estudiado
porque van a pasar a exponer sobre los temas investigados.
Pasó primero el Colorado Giménez. El Ratón
Domínguez. La Anteojito García. Después la Petisa Vivas y la Flaca Bernasconi.
Hasta que le tocó el turno a Martín.
Pasó muy seguro. Se paró -regla en mano- frente a
un mapa donde en grandes letras negras decía AMÉRICA.
Y comenzó...