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20 sept 2020

MIL GALLETITAS, de Diego Tomasi

Nahuel Márquez, de un metro quince de altura, veintidós kilos y seis años de edad, entró hoy en la escuela con la mochila llevándolo como si no hubiera nada más urgente.
Tiró la mochila en la silla, se desabrochó la campera y usó la mirada que le quedaba libre para despedir a mamá, que desapareció por el portón con el desdén que tienen las madres al desaparecer. Ese día, Nahuel le dijo a la señorita que no le gustaba la lluvia, que no le gustaba ir al colegio los días de lluvia, y que cada vez que empezaba a llover él se hacía el dormido para que mamá se conmoviera y no lo levantara. Es hora.

Cuando llueve, los niños suelen sentir nostalgia por los amores que los abandonarán durante la vida por venir. Sienten ganas de estar en la cama, con la vista en el techo, con la mente en aquel beso que les robarán cuando tengan quince o dieciséis años. Cuando llueve, a los chicos se les da por escuchar canciones tristes que les hacen recordar lo difícil que es que una persona y otra persona se amen para siempre.

Pero, sobre todo, cuando llueve los chicos quieren caminar libres por la vereda, y mojarse con los recuerdos de aquella vez en que jugarán a la pelota entre amigos, y el gol llegará en el último minuto, y saldrán llevados en andas.


A Nahuel no le gusta mojarse. Y no siente nostalgia hoy. Sólo quiere irse a casa, rápido.

Nahuel caminó siete minutos antes de entrar en el aula. Se mojó apenas, apenitas, a pesar de que la lluvia era rítmica y tenaz. Las puntas de las zapatillas, que no entraban bajo el paraguas que le había comprado el tío Pacho, fueron las únicas víctimas. Mamá caminó rápido, porque no hay que llegar tarde ni un día de diluvio, pero Nahuel caminaba con más pausa, con ganas de estar bajo la frazada y jugar a soy un fantasma, bu.

Antes de salir de su casa, Nahuel le dijo a su mamá que no quería ir ese día.

Llueve.

Sí, ya sé que llueve, pero…

No quiero ir.

Cuando se despertó esa mañana, Nahuel escuchó la lluvia golpear contra el toldo, y se hizo el dormido para no ir a la escuela. Cuando mamá desapareció de su vista, Nahuel le dijo a la señorita que no le gustaba la lluvia. Y durante siete minutos se le mojaron las puntas de las zapatillas.

La noche anterior, Nahuel escuchó un crujir en el cielo. Y se durmió pensando en una lluvia leve y suave, fatal, una lluvia que lo inundara todo para no ir a estudiar al otro día. Esa noche, la señorita terminó de cortar cartulinas y soñó que al otro día llovía, y que no había que ir a dar clases. El día que nació Nahuel llovía. Y la señorita cortaba cartulinas frente a la ventana. Detrás la lluvia.

Que lo disfruten,
Carmen

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