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21 mar 2022

VARIABLES, de Tomás Downey

Los informes eran eternos. Viabilidad, posibilidades de inserción de producto, indicadores de desempeño. Silvana escribía, copiaba, pasaba de una pestaña a la otra y de planilla en planilla. Luchi jugaba en el piso, pero cada cinco o diez minutos se le daba por gatear hacia la cocina. Ella veía el movimiento por el rabillo del ojo y se paraba, terminaba de cargar un dato inclinada sobre la computadora, dejaba a Luchi otra vez en el centro del comedor y seguía trabajando. Pero todo cambiaba demasiado rápido. Luchi empezó pronto a pararse y Silvana perdió ese segundo adicional en el que terminaba de cargar el número en la celda correspondiente. Se caía de boca y empezaba a gritar antes de que ella atinara a levantarse. Había que salir corriendo en el instante en que apoyaba los bracitos en el piso y alzaba la cola, estiraba las piernas. Después, el cuerpo desproporcionado y torpe se elevaba con un empujón, el torso se bamboleaba y buscaba el equilibrio que la mayoría de las veces no conseguía. Silvana llegaba justo en ese instante, cuando la inercia de ese movimiento oscilatorio empezaba a arrastrarlo de nuevo hacia el piso. Peor iba a ser cuando pudiera caminar hasta la cocina, que tenía estantes abiertos en lugar de alacenas. Tendríamos que hacer algo con eso, le decía a Juan por las noches. Y él respondía sí, este domingo, o el próximo. Pero el tiempo pasaba y nunca encontraban el momento.