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17 oct 2022

DE DORAPA, de Carlos Salinas

Carlos Salinas 

Este artista polifacético ha publicado el libro Sueños de Solos y Acompañadas (editorial Llanto de Mudo, 2002), la Plaqueta de Poesía Joven Regional (Mario Trecek, 1998), y Plaquetas varias por Los Editables (1998/2000), y Maquinita de Poesía (editorial Pan Comido, 2006). Además, el poeta ha participado en diversas antologías literarias: En Boca 3 (Hernán Vaca Narvaja, 2006), Comerás Papel (Cedilij, Carlos Scocco, 1998), A Solas con Todo el Mundo (Llanto de Mudo 2005/2006), y Llanto de Mudo 2 (1998). Agregaría "Horrores de Zona Sur", 2021 y "De Dorapa" 2022, ambos de ediciones del Callejón. 

Dice Carlos:

“Cada sociedad lee en su contexto y en su tiempo. Indudablemente si lo vemos desde el prisma de los adultos y de la modernidad, en estos tiempos posmodernos, se lee menos. Pero hay una fragmentación en la lectura, una intertextualidad que en otrora no había. Hoy existe una cantidad inagotable de literatura a la mano, indudablemente la posibilidad de leer es mayor que en la antigüedad. Pero siempre es más fácil idealizar el pasado como un lugar fantástico. También es muy común y suena muy bien decir que los pibes y pibas no leen, cuando en realidad, muchísimos adultos nos leen”.


Un poquito de la poesía de Carlos Salinas.... Que la disfruten,

Carmen 



(…chapas…)

Cuando casi nos quisimos

No eras cruel,

No era indiferente.

Cuando casi nos quisimos

Éramos espejitos de colores,

hoy somos dos chapas

a la intemperie,

castigadas por la lluvia,

castigadas por el sol.

Dos chapas

devoradas por el óxido.


  

(…Grandota…)

Seme está poniendo grande esta tristeza.

Ya no le entra la ropa

Y me pide plata cada vez que sale.

Tengo que mandarla a que limpie su cuarto

Y que se pegue un baño.

No me da bola.

Grandota pava, no deja de ser letal en algunos rincones

Del pasado

Y los domingos…

Los domingos todos.

 

(…2Palabras…)

-¿No tienes a nadie?

-No señor.

-¿Sueños?

-No señor.

Algunos vacíos,

Algunas oscuridades

Caben en 2 palabras.


"De Dorapa"
Carlinos Salinas



 

12 jun 2022

NO A MUCHA GENTE LE GUSTA ESTA TRANQUILIDAD, de María Teresa Andruetto

 

                                                                        A María Elena Boglio

Aquí es muy tranquilo. Nunca pasa demasiado. Hemos aprendido a distinguir las voces de las aves y los animales, el aleteo de los cisnes que pasan por la casa, el ruido de los diferentes motores que retumban por los caminos. No a mucha gente le gusta esta tranquilidad.

JOHN MCGAHERN

Había echado las cluecas la mañana del día que tuvieron que internar a Beatriz Helena y entonces fue él quien controló los huevos hasta que los pollitos nacieron. Eso era algo que la mortificaba un poco, porque se trataba de una tarea que siempre habían hecho las mujeres, primero su madre, después su hermana o ella misma. De los cerdos y las vacas sí se ocupaba él, pero ahora quedaban sólo ellos dos en este mundo y alguien tenía que estar en el hospital acompañando a Beatriz Helena. En los veintiún días que mediaron entre las cluecas y los pollitos saliendo del cascarón, había sucedido todo. Nomás unos pocos huevos perdidos y ahora estaban ahí piando ciento cincuenta pollitos; a fines de enero podría venderlos. Todos los meses pasaba por el campo el hombre del rastrojero y su hermana o ella le entregaban los pollos; era como una caja chica, así no tenían que usar dinero de la cosecha, los vendían y a veces también los canjeaban por ropa de cama o no perecederos que el hombre llevaba por los campos. La lluvia de la noche, con ser poca, refrescaba la tierra, le sacaba al campo un perfume a recién nacido. Fueron los dos al pueblo por primera vez después del sepelio, porque se estaban acabando las provisiones. Beatriz Estela un poco cansada de escuchar condolencias que, aun viniendo de sus compañeras de oración, tal vez no eran del todo sinceras. De cualquier modo, respondió con agradecimiento a cada saludo, a cada comentario acerca de lo que había querido Dios, ya no sufre, es mejor así, el señor la recibió en sus brazos , acerca de que ahora su hermana descansaba en paz. A Luis Ernesto no le gusta conversar, ha sido así antes y lo seguirá siendo ahora. Llegan al almacén y él deja la camioneta, como antes su padre dejaba el sulky, pide un vaso de Gancia y un plato de maníes y absorto va bebiendo y picando, acodado al mostrador, mientras su hermana hace las compras. Como otras veces, como antes, cuando estaban los tres, compraron azúcar, harina, yerba, té, queso cáscara colorada y dulce de batata y de membrillo para varios días. También café, cacao amargo y varias tabletas de chocolate, porque por las tardes Beatriz Estela prepara a veces leche con chocolate y se sientan a beber en silencio, mirando hacia el campo, hacia los sembrados. Tienen trigo, maíz y algo de sorgo para los animales, algunas vacas, cerdos para consumo propio —aunque en Navidad siempre venden algunos lechones— y los pollos que crían para cubrir gastos, sin echar mano de la cosecha. Fue sacando las cosas y las llevó a la despensa, detrás de la cocina. Después, mientras Luis Ernesto revisaba los corrales, hizo la limpieza de las habitaciones, cambió las sábanas por otras blancas, almidonadas, cambió también el agua de las jarras en los dormitorios, puso toallas nuevas (unas de algodón que Beatriz Helena había desflecado y bordado a lo largo de las noches), regó y barrió los pisos de ladrillo, pasó un trapo seco a los muebles y lavó la cacerola que en la corrida al hospital había quedado por semanas en remojo. Después, separó la ropa de trabajo de Luis Ernesto y salió al patio, llegó casi hasta el escusado, 27/89 hasta unos latones sobre braseros con agua y jabón blanco que ella misma ralla para que se disuelva fácilmente, porque no le gusta lavar con jabón en polvo, y puso la ropa en remojo, para que la mugre aflojara. Entró al escusado y cuando terminó, lavó paredes, piso y fondo con creolina hasta que todo quedó desinfectado. Después regresó a la casa, a la habitación que por años había compartido con su hermana y que ahora era sólo suya, repasó cosa por cosa con una franela pero no quiso cambiar nada de lugar, y puso a hervir, sobre un calentador, un jarro de agua con hojas de eucaliptus. Con el olor a eucaliptus reanudando la salud de la casa, se sentó a la pequeña mesa que estaba en la habitación, junto a la ventana desde la que se ve el molino, tan antiguo como ella misma, el molino al que los hermanos trepaban de niños para ver la inmensidad de la llanura, sacó papel y una lapicera a fuente negra con la pluma dorada y comenzó a escribir. Era una carta a su prima, la única prima con la que tenían trato, en la que le contaba lo ocurrido, el tiempo en el hospital desde el infarto de Beatriz Helena y luego la muerte, los trámites para el sepelio y los días de tristeza que siguieron. Si bien las noticias no eran buenas, podría decirse que más que de dolor, se trataba de una carta llena de resignación. Beatriz Helena había muerto con los auxilios religiosos, el padre Pedro —tan próximo siempre, tan querido— la había acompañado hasta último momento, le había dado la extremaunción y los había asistido a ellos espiritualmente, como siempre, desde hacía años; luego habían celebrado una misa de cuerpo presente en la capilla de Campo Arana, una misa muy conmovedora, y llevado los restos al cementerio viejo, donde están sepultados los padres. La enterramos ese día mismo porque las noches últimas fueron largas y estábamos prácticamente solos Luis Ernesto y yo, velando por ella, nomás nos acompañaban el peón, nuestras amigas del Sagrado Corazón y el querido padre Pedro que jamás nos abandona. Nos hemos quedado solos, querida prima, muy solos aquí los dos, pero no nos acobarda porque así nos criaron nuestros padres y aunque es inmensa la tristeza y la falta de anhelo en estos días, nos iremos resignando, como a todo. El Padre dice que debemos aprender a aceptar la soledad, de modo que ante las sombras que nos abruman a veces y la necesidad de perdón que nos agobia, cuando el demonio pregunta, en medio de la noche ¿para qué todo?, la Virgen sagrada nos asiste, Nuestra Señora del Bien renueva en las pequeñas cosas de cada día, nuestro deseo de servir a Dios. El campo está lindo, ha llovido mucho este año; ahora estamos por trillar. Alfa hay poca, nomás para nuestros animales, pero hemos sembrado maíz y está linda la huerta, tenemos tomates, pimientos, zapallitos de tronco y muchas flores de jardín. Estamos siempre ocupados, trabajo no nos falta, y eso siempre es bueno, porque no nos deja pensar. El domingo 13 recordaremos a papá con una misa en un nuevo aniversario de su muerte y dentro de dos meses, si Dios así lo quiere, iremos en peregrinación a Luján porque nos gustaría traer de 28/89 allí una imagen de Nuestra Señora para entronizarla en nuestra casa. Tengo muchas labores pendientes, ahora sólo a mi cargo, como coser y remendar la ropa. También quisiera decirte que el año pasado, con mi hermana ya enfermita, hicimos un viaje a Fortín Mercedes donde descansan los restos de Ceferino (ahora los llevarán a Chimpay) y visitamos la sepultura de Laura Vicuña, que ya es beata. Bueno, no tengo más noticias que éstas, querida prima, te deseo en lo más profundo de mi corazón un año con selectas bendiciones y te pido disculpas por no avisar de la muerte de Beatriz Helena pero, tanto Luis Ernesto como yo, pensamos que la ciudad está muy lejos de estos campos y los caminos muy feos con la lluvia y vos tan ocupada cuidando a nuestra tía. Te prometo que cuando pasen las novenas, iremos a visitarlas. Ahora me despido, no sin antes rogarte que reces por nosotros y nos acompañes en nuestras plegarias, para encontrar resignación. Respetos a la tía y para vos todo el cariño de Luis Ernesto y Beatriz Estela, que te quieren . Una vez, cuando era joven, Beatriz Estela había tenido un festejante; trabajaba en una máquina de trilla que por entonces contrataban, parecía muy bueno el muchacho y a ella le gustaba, pero sin que supiera por qué razón, él no le gustaba a su padre, así de sencillas y difíciles son a veces las cosas. Después al muchacho lo habían llamado para hacer el servicio militar y entonces todo se había disuelto como una tormenta en el cielo. Él le había escrito una carta desde el lugar a donde lo habían destinado, un sitio del sur, casi en la frontera con Chile…, en medio de esas cosas nuevas en su vida, del impacto de un paisaje cuya belleza no había imaginado y de la vida en el cuartel, él le hablaba tímidamente de sus sentimientos para con ella. No era exactamente una declaración de amor, una declaración explícita, era más bien una puerta abierta hacia algo que Beatriz Estela no se había atrevido a mirar. Pese a todo, ella había soñado muchas noches con el muchacho, soñaba que volvía a buscarla, vestido de soldado y se la llevaba a los tropezones por el campo, pero después con los años, aunque su padre ya no estaba, también los sueños se diluyeron. Cuando el padre murió supieron que habían quedado ahí, en ese campo cercano a la Capilla, como un testimonio del pasado, viviendo los tres a la manera de antes, custodiando las tierras, como habían vivido los padres de sus padres. Supieron también que estaban rodeados, que toda la región, excepto las hectáreas que ellos tenían, se había transformado para siempre. Los nuevos dueños cambiaban trigo por soja que da mayor rinde, cerraban los tambos, vendían animales, no había quien viviera en las viejas casas, ni un vecino a donde ir a jugar a las cartas alguna noche, ni donde pedir auxilio si les pasaba algo, pero tengo que decirte, prima, que no nos acobarda ni nos disgusta, porque hemos sabido, con el auxilio de Dios, permanecer a nuestro modo, y así será hasta el último día. Cuando ya no estemos, 


18 may 2022

Y TEMBLÓ, de Ariel Raudez

Aquel día volteé a ver al cielo. Las nubes con formas convexas a lo largo de un fondo rojo anaranjado solo podían indicar una cosa: temblor. 

Recuerdo que mi padre pasaba horas viendo al cielo. Y siempre encontraba una señal para algo. Con un cielo despejado y un calor insoportable: «Va llover», decía. Y como por arte de magia, llovía. A veces, se veían unas nubes negras en el horizonte y hacía un calor insoportable. «Va llover», le decía yo. Y no llovía. Mi papá con su inigualable sabiduría me contestaba: «No, esas son nubes de frío». Y en unos momentos un viento fuerte y helado refrescaba el ambiente haciendo erizar los pelos y hasta rechinar los huesos. Cuando llovía del este, aseguraba que no duraría muchos días en caer agua; cuando era del oeste, le llamaba vendaval. «Va a pasar lloviendo quince días. Así decían los viejitos cuando yo era niño, y nunca se han equivocado», comentaba con cierta nostalgia. Yo me preguntaba cuántos años habían pasado desde que mi papá era un niño y cuántos habían pasado desde que esos viejos no se equivocaban. Solo Dios sabe.

En otras ocasiones, llovía como si a Dios se le hubiera olvidado que le prometió a Noé no volver a inundar la Tierra; mi papá salía a ver el cielo y cuando empezaba a relampaguear: «Ahí está, ya va a dejar de llover», afirmaba con seguridad. Yo me asomaba y el cielo seguía negro y el agua recia. Ahora sí se equivocó mi papá, pensaba. Pero en cuestión de dos horas dejaba de llover y el sol salía otra vez bravo como si estuviera en verano; la calma se apoderaba del ambiente y de la lluvia solo nos quedaban los charcos y la ropa hedionda a moho. Raras veces llovía con sol; una llovizna suave que no se decidía si ser brisa o sereno. «Están pagando los malvados», decía mi papá. A los días, en los diarios se leía de la captura de un ladrón o de su muerte. También había días en que amanecía el cielo colorado, colorado, como si le hubieran dejado caer un chorro de sangre. «¿Quién sabe qué inocente está sufriendo o a quién habrán matado?», murmuraba mi papá con tono triste. Era cuestión de días para darnos cuenta de un ataque terrorista o de alguna masacre, o también, de alguna injusticia en masa. 


23 abr 2022

ROSA BOMBÓN, Agustina María Bazterrica

 Para Pili, mi hermana, y para mis amigas. 



 

Después de ti ya no hay nada, ya no queda más nada, nada de nada. Después de ti es el olvido, un recuerdo perdido, nada de nada. ¿Cómo voy a llenar este espacio vacío, después de ti? ¿Cómo vivir después de ti? 

Alejandro Lerner. Después de ti.

 

Paso UNO:

Observe las lágrimas que le caen sobre los dedos. Piense en diamantes. Visualice a Elizabeth Taylor. Desee tener ojos azules y maridos consecutivos. Error. Retroceda. Usted no necesita más hombres en la vida. Quiere estrellarse con el auto de Penélope Glamour. Busque una hoja de papel y un lápiz. Escriba la palabra “Lista” y enumere las cosas que debe comprar para morir con el estilo y la dignidad de un personaje animado.

LISTA:

1.     Conjunto deportivo, pero elegante, diseñado para físico escultural.

Ignore el último detalle, el del físico escultural. Continúe, impávida.

2.     Anteojos blancos con forma gótica.

Sorpréndase del uso de un léxico refinado, aún en estado crítico.

3.      Sombrilla con moño.

4.     Botas blancas a gogó.

5.      Auto marca ACME con labios y ojos prominentes haciendo las veces de un capó.

No profundice en el hecho perturbador de querer morir en un auto con rostro humano.

Recuerde que en la cuenta del banco no tiene plata. Rompa la hoja de papel y tire el lápiz dentro de la pecera. Vea cómo su pez la mira con ojos deformes. Asuma que su pez es un engendro de la naturaleza y desconozca el motivo por el cual lo compró alguna vez. Intente analizar por qué le puso el nombre “Pepito” a un pez que la ignora de manera permanente. Medite sobre el motivo puntual de llamarlo con apodos cariñosos como “Pepino de colores”. Admita que un pez no es un vegetal y que su pez tiene un único color: amarillo descolorido, amarillo repugnante. Observe el castillo de plástico violeta en el cual aterrizó el lápiz. Reflexione sobre cuál es el propósito fundamental de que un pez tenga, como aparente vivienda, un castillo al cual supera en tamaño. Descubra que no existe una respuesta para semejante interrogante.

Concéntrese en la palabra propósito. Considere objetivamente la siguiente pregunta: ¿Cuál es el propósito del amor? Deprímase por no saber la respuesta. Abra la bolsa de papas fritas Kellogg’s y mastique de forma compulsiva. Experimente un vacío, producto de la falta de estructura y certezas del universo amoroso. Tome el jarrón con dragones chinos de colores brillantes y tírelo en el centro de la reproducción de Los Girasoles de Van Gogh. Hastíese de la sonrisa de la Mona Lisa que la mira desde la pared donde el vidrio de Los Girasoles se rompió a pedazos. Alégrese de no ser la Mona Lisa. Piense que hay algo en esa cara que le resulta vagamente animal. Filosofe: “¿Será por la asociación inconsciente con la palabra “mona” o porque esa mujer me resulta francamente desagradable?” Recuerde que él insistió en comprar esas reproducciones. Tome un marcador rojo indeleble y píntele colmillos a la sonrisa de Mona Lisa. Cite a Duchamp y píntele un bigote. Ría. Fuerte. No se cuestione quién es Duchamp ni por qué alguna vez le dibujó un bigote a un icono sagrado del arte. Usted no tiene tiempo de ahondar en misterios estilísticos, no cuando está en plena crisis emocional. Deteste Los Girasoles. Tome conciencia de la antipatía profunda que siempre experimentó por esos cuadros. Complete la frase, agregando: “Cuadros baratos”. Visualice el odio. Déjelo fluir. Tire a la Mona Lisa por la ventana. Observe cómo ella y sus bigotes se desploman en una terraza abandonada. A continuación arroje Los Girasoles y vea cómo vuelan, sin el peso del vidrio, a través de los cables de la ciudad. Sienta un placer secreto, pero no lo reconozca porque Usted está transitando por un estado de desolación y furia. Perciba cómo un hombre la mira triste, apoyado sobre un auto estacionado.


21 mar 2022

VARIABLES, de Tomás Downey

Los informes eran eternos. Viabilidad, posibilidades de inserción de producto, indicadores de desempeño. Silvana escribía, copiaba, pasaba de una pestaña a la otra y de planilla en planilla. Luchi jugaba en el piso, pero cada cinco o diez minutos se le daba por gatear hacia la cocina. Ella veía el movimiento por el rabillo del ojo y se paraba, terminaba de cargar un dato inclinada sobre la computadora, dejaba a Luchi otra vez en el centro del comedor y seguía trabajando. Pero todo cambiaba demasiado rápido. Luchi empezó pronto a pararse y Silvana perdió ese segundo adicional en el que terminaba de cargar el número en la celda correspondiente. Se caía de boca y empezaba a gritar antes de que ella atinara a levantarse. Había que salir corriendo en el instante en que apoyaba los bracitos en el piso y alzaba la cola, estiraba las piernas. Después, el cuerpo desproporcionado y torpe se elevaba con un empujón, el torso se bamboleaba y buscaba el equilibrio que la mayoría de las veces no conseguía. Silvana llegaba justo en ese instante, cuando la inercia de ese movimiento oscilatorio empezaba a arrastrarlo de nuevo hacia el piso. Peor iba a ser cuando pudiera caminar hasta la cocina, que tenía estantes abiertos en lugar de alacenas. Tendríamos que hacer algo con eso, le decía a Juan por las noches. Y él respondía sí, este domingo, o el próximo. Pero el tiempo pasaba y nunca encontraban el momento. 

21 feb 2022

EN LAS NUBES, de Ian MacEwan

 

Cuando Peter Fortune tenía diez años, algunos adultos le decían a veces que era un niño «difícil». Nunca comprendió lo que querían decir. Él no se consideraba en absoluto difícil. No estrellaba las botellas de leche contra el muro del jardín, ni se echaba salsa de tomate en la cabeza y fingía que sangraba, ni le golpeaba los tobillos a la abuela con la espada, aunque de vez en cuando se le ocurrieran esas ideas. A excepción de todas las verduras menos las patatas, el pescado, los huevos y el queso, comía de todo. No era más ruidoso, sucio o tonto que ninguna de las personas que conocía. Su nombre era fácil de pronunciar y deletrear. Su cara, pálida y pecosa, era bastante fácil de recordar. Iba a la escuela todos los días como los demás niños y nunca armó demasiado escándalo por eso. Con su hermana no era más insoportable de lo que ella lo era con él. Nunca la policía llamó a la puerta con intención de detenerlo. Nunca unos médicos vestidos de blanco quisieron llevárselo al manicomio. En opinión de Peter, él era de lo más fácil. ¿Qué tenía de difícil? Peter lo comprendió por fin cuando ya hacía años que era adulto. Creían que era difícil por lo callado que era. Eso parecía preocupar a la gente. El otro problema era que le gustaba estar solo. No siempre, claro. Ni siquiera todos los días. Pero la mayoría de los días le gustaba quedarse a solas durante una hora en algún sitio, en su habitación o en el parque. Le gustaba estar solo y pensar en sus cosas. Ahora bien, a los adultos les gusta creer que saben lo que pasa por la cabeza de un niño de diez años. Y es imposible saber lo que alguien está pensando si esa persona no lo cuenta. La gente veía a Peter tumbado de espaldas alguna tarde de verano, mascando una brizna de hierba y mirando el cielo.