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Se despertó de pronto, como siempre. Se sentó en la cama y aplastó el botón en el momento justo en que el aparato iba a zapatear chillonamente sobre la mesa de luz. En treinta años no había sonado casi nunca – por el malhumor de su esposa -; un sexto sentido le estiraba el manotazo certero que acallaba la posibilidad de un molesto cacareo. Se puso los pantalones marrones y la camisa rayada. Diez minutos de ducha e inodoro hojeando una historieta, en el cuadrado cronograma de sus actos; recalentar el mate cocido, ponerse la corbata y caminar dos cuadras hasta la parada del colectivo. Advirtió con alivio que era viernes, último día de oficina pero al mismo tiempo lo invadió un sentimiento contradictorio. De lunes a viernes lo sostenía un agobio parejo al cual se aferraba como un náufrago, una sensación de abrigo, de jugar un ajedrez en donde sabía de antemano todas las movidas, repetidas e idénticas. Fue el primero en llegar. Abrió el armario y sacó la pila de expedientes.
Miranda ¿escuchás? –musitó Gloria
“Tan linda y joven, tan inteligente. ¡me ha hablado a mí, hasta me ha tocado el brazo!”
Miau…
“Sus ojos son dos esmeraldas asombradas”
Miau…
“Su talle de junco se arquea hacia delante y esa mano de nácar que hace pantalla al caracol marino de su oreja…”
Miranda, ¡aquí hay un gato! ¡Muchachos!
Una verdadera revolución en el juzgado. ¡Un gato en el tercer piso!
Está arriba del armario del Protocolo.
¡No. Dentro del casillero de las carpetas en trámite!
Sin embargo se oye debajo del mostrador. Traigan un palo.
Tres horas y un gato convirtieron a la oficina en un coto de caza; plumero, regla, agua caliente, escoba, zapatazos fueron los pertrechos de guerra de los modernos Lancelot. Y el felino impávido en su escondite lanzando sus esporádicos maullidos, como dando pistas para la búsqueda del tesoro.
Miranda, pasivo en su encarne de escritorio de pronto dio un respingo. “Superman logra lo que quiere, por Luisa Lane” A través de dos sillas apiladas se trepó a una biblioteca de roble desde donde el animal lo miraba desconfiado.
¡Bravo viejo, arriba, en cuatro patas!
El polvo acumulado desde la fundación del edificio lo enharinó como una milanesa. “No importa, ya lo tengo”. El gato dio un olímpico salto justo en el momento en que lo alcanzaba por la cola.