Todos los domingos por la mañana se levantaba
tarde, daba vueltas por casa en pijama y a las once se afeitaba, dejando
abierta la puerta del baño.
Aquel era el momento esperado por su hijo
Francisco, que tenía solo seis años, pero manifestaba ya una inclinación por la
medicina y la cirugía. Francisco tomaba el paquete de algodón hidrófilo, la
botellita de alcohol desnaturalizado, el sobre de los esparadrapos, entraba al
baño y se sentaba en el taburete a esperar.
-¿Qué hay? -pregunta el señor César,
enjabonándose la cara.