Un niño de unos cinco años que ha perdido a su madre entre la muchedumbre de una feria se acerca a un agente de la policía y le pregunta: “¿No ha visto usted a una señora que anda sin un niño como yo?”.
Que lo disfruten,
Carmen
Revista Conversaciones desde la Soledad, Bogotá, 2001
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29 jul 2019
23 jul 2019
EL IMÁN, de Oscar Wilde
Había una vez un imán y en el
vecindario vivían unas limaduras de acero. Un día, a dos limaduras se les
ocurrió bruscamente visitar al imán y empezaron a hablar de lo agradable que
sería esta visita. Otras limaduras cercanas sorprendieron la conversación y las
embargó el mismo deseo. Se agregaron otras y al fin todas las limaduras
empezaron a discutir el asunto y gradualmente el vago deseo se transformó en
impulso. ¿Por qué no ir hoy?, dijeron algunas, pero otras opinaron que sería
mejor esperar hasta el día siguiente. Mientras tanto, sin advertirlo, habían
ido acercándose al imán, que estaba muy tranquilo, como si no se diera cuenta
de nada. Así prosiguieron discutiendo, siempre acercándose al imán, y cuanto
más hablaban, más fuerte era el impulso, hasta que las más impacientes
declararon que irían ese mismo día, hicieran lo que hicieran las otras. Se oyó
decir a algunas que su deber era visitar al imán y que hacía ya tiempo que le
debían esa visita. Mientras hablaban, seguían inconscientemente acercándose.
Al fin prevalecieron las
impacientes, y en un impulso irresistible la comunidad entera gritó:
-Inútil esperar. Iremos hoy.
Iremos ahora. Iremos en el acto.
La masa unánime se precipitó y
quedó pegada al imán por todos lados. El imán sonrió, porque las limaduras de
acero estaban convencidas de que su visita era voluntaria.
Que lo disfruten,
Carmen
15 jul 2019
EL PASATIEMPO, de Martín Gardella
En la plaza de un pueblo desértico hay un extraño carrusel en el que el tiempo avanza misteriosamente a medida que el círculo se mueve en el sentido de las agujas del reloj. Cada vuelta sobre su eje equivale a un año calendario. Al principio es divertido ver como los niños se transforman en adolescentes. Es incluso emocionante para algunas madres poder ver que sus hijos conservan esas alegres sonrisas juveniles a pesar de las canas. Es aterrador, en cambio, cada vez que aparece algún caballo de madera dando la vuelta, ya sin su jinete.
Del libro "Los chicos crecen"
Que lo disfruten,
Carmen
7 jul 2019
ESPOSA EN REVERSA, de Stephen Dixon
Su esposa muere, los
labios ligeramente separados, un ojo abierto. Él golpea la puerta del
dormitorio de su hija menor y le dice: "Sería mejor que vinieras.
Parece que mamá está por fallecer". Su esposa entra en coma tres días
después de haber vuelto a casa y sigue así durante once días. Hacen
una pequeña fiesta al segundo día de su regreso: salmón de Nueva Escocia,
chocolates, un risotto que prepara él, queso brie, frutillas, champagne.
Un vehículo de traslado médico trae a su esposa a casa. Ella dice:
"Ya no quiero más asistencia vital, ni remedios, ni suero, ni
comida". Él llama al 911 por cuarta vez en dos años, le dice al
operador: "Mi esposa; estoy seguro de que es otra vez neumonía". A su
esposa le colocan un tubo traqueal. "¿Cuándo me lo sacarán?", dice
ella, y el doctor responde: "¿Para ser honesto? Nunca". "Su
esposa tiene un caso muy grave de neumonía", les dice a él y a sus hijas,
la primera vez, el médico de cuidados intensivos, "y entre uno y
dos por ciento de probabilidades de sobrevivir".
1 jul 2019
EL RAMO AZUL, de Octavio Paz
Desperté, cubierto de sudor. Del piso de ladrillos rojos, recién regados,
subía un vapor caliente. Una mariposa de alas grisáceas revoloteaba encandilada
alrededor del foco amarillento. Salté de la hamaca y descalzo atravesé el
cuarto, cuidando no pisar algún alacrán salido de su escondrijo a tomar el
fresco. Me acerqué al ventanillo y aspiré el aire del campo. Se oía la
respiración de la noche, enorme, femenina. Regresé al centro de la habitación,
vacié el agua de la jarra en la palangana de peltre y humedecí la toalla. Me
froté el torso y las piernas con el trapo empapado, me sequé un poco y, tras de
cerciorarme que ningún bicho estaba escondido entre los pliegues de mi ropa, me
vestí y calcé. Bajé saltando la escalera pintada de verde. En la puerta del mesón
tropecé con el dueño, sujeto tuerto y reticente. Sentado en una sillita de
tule, fumaba con el ojo entrecerrado. Con voz ronca me preguntó:
-¿Dónde va señor?
-A dar una vuelta. Hace mucho calor.
-Hum, todo está ya cerrado. Y no hay alumbrado aquí. Más le valiera
quedarse.
Alcé los hombros, musité “ahora vuelvo” y me metí en lo oscuro. Al
principio no veía nada. Caminé a tientas por la calle empedrada. Encendí un
cigarrillo. De pronto salió la luna de una nube negra, iluminando un muro
blanco, desmoronado a trechos. Me detuve, ciego ante tanta blancura. Sopló un
poco de viento. Respiré el aire de los tamarindos. Vibraba la noche, llena de
hojas e insectos. Los grillos vivaqueaban entre las hierbas altas. Alcé la
cara: arriba también habían establecido campamento las estrellas. Pensé que el
universo era un vasto sistema de señales, una conversación entre seres
inmensos. Mis actos, el serrucho del grillo, el parpadeo de la estrella, no
eran sino pausas y sílabas, frases dispersas de aquel diálogo. ¿Cuál sería esa
palabra de la cual yo era una sílaba? ¿Quién dice esa palabra y a quién se la
dice? Tiré el cigarrillo sobre la banqueta. Al caer, describió una curva
luminosa, arrojando breves chispas, como un cometa minúsculo.
Caminé largo rato, despacio. Me sentía libre, seguro entre los labios que
en ese momento me pronunciaban con tanta felicidad. La noche era un jardín de
ojos. Al cruzar la calle, sentí que alguien se desprendía de una puerta. Me
volví, pero no acerté a distinguir nada. Apreté el paso. Unos instantes percibí
unos huaraches sobre las piedras calientes. No quise volverme, aunque sentía
que la sombra se acercaba cada vez más. Intenté correr. No pude. Me detuve en
seco, bruscamente. Antes de que pudiese defenderme, sentí la punta de un
cuchillo en mi espalda y una voz dulce:
-No se mueva , señor, o se lo entierro.
Sin volver la cara pregunte:
-¿Qué quieres?
-Sus ojos, señor –contestó la voz suave, casi apenada.
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