LA REVOLUCIÓN
En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.
Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el
aburrimiento acabó por volver.
Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o
mejor dicho, su situación central e inmutable.
Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue
inconformista.
La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la
incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía
dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición
preferida.
Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más
que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.
Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una
habitación es más que inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo».
Para ser breve, el armario en medio también dejo de parecerme algo nuevo
y extraordinario. Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una
decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible
ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites.
Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es
ineficaz, hay que hacer una revolución.
Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en
un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en
absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.
Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total.
Ya que esta
vez «cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo,
pues, no solo no llegué a acostumbrarme al cambio —es decir, el cambio
seguía siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más
consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el
tiempo.
De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad
de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté
más. Salí del armario y me metí en la cama.
Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto
a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.
Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y
cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui
revolucionario

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