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Stig Dagerman 1923-1954 |
Es un día suave y el sol está
oblicuo sobre la llanura. Pronto sonarán las campanas, porque es domingo. Entre
dos campos de centeno, dos jóvenes han hallado una senda por la que nunca
fueron antes, y en los tres pueblos de la planicie resplandecen los vidrios de
las ventanas. Algunos hombres se afeitan frente a los espejos en las mesas de
las cocinas, las mujeres cortan pan para el café, canturreando, y los niños
están sentados en el suelo y abrochan sus blusas. Es la mañana feliz de un día
desgraciado, porque este día un niño será muerto, en el tercer pueblo, por un
hombre feliz. Todavía el niño está sentado en el suelo y abrocha su camisa, y
el hombre que se afeita dice que hoy harán un paseo en bote por el riachuelo, y
la mujer canturrea y coloca el pan, recién cortado, en un plato azul. Ninguna
sombra atraviesa la cocina, y, sin embargo, el hombre que matará al niño está
al lado de la bomba de bencina roja, en el primer pueblo. Es un hombre feliz
que mira en una cámara, y en el cristal ve un pequeño carro azul, y a su lado a
una muchacha que ríe. Mientras la muchacha ríe y el hombre toma la hermosa
fotografía, el vendedor de bencina ajusta la tapa del tanque y asegura que
tendrán un bonito día. La muchacha se sienta en el carro, y el hombre que
matará al niño saca su billetera del bolsillo y comenta que viajarán hasta el
mar, y en el mar pedirán prestado un bote y remarán lejos, muy lejos. A través
de los vidrios bajados, oye la muchacha, en el asiento delantero, lo que él
habla; ella cierra los ojos, ve el mar y al hombre junto a sí en el bote. No es
ningún hombre malo, es alegre y feliz, y antes de entrar en el carro se detiene
un instante frente al radiador que centellea al sol, y se goza del brillo y del
olor de bencina y de ciruelo silvestre. No cae ninguna sombra sobre el carro, y
el refulgente parachoques no tiene ninguna abolladura y no está rojo de sangre.
Pero, al mismo tiempo que, en el
primer pueblo, el hombre cierra la puerta izquierda del carro y tira el botón
de arranque, en el tercer pueblo, la mujer abre su alacena, en la cocina, y no
encuentra el azúcar. El niño, que ha abrochado su camisa y que ha amarrado los
cordones de sus zapatos, está de rodillas en el sofá y contempla el riachuelo
que serpentea entre los alisos y el negro bote que está medio varado sobre el
pasto. El hombre que perderá a su hijo está recién afeitado y, en ese momento,
pliega el soporte del espejo. En la mesa, las tazas de café, el pan, la crema y
las moscas. Sólo el azúcar falta, y la madre ordena a su hijo que corra donde
los Larsson y pida prestados algunos terrones. Y mientras el niño abre la
puerta, le grita el padre que se dé prisa, porque el bote espera en la ribera.
Remarán tan lejos como nunca antes remaron. Cuando el niño corre a través del
jardín, en todo momento piensa en el riachuelo y en los peces que saltan, y
nadie le susurra que sólo le quedan 8 minutos para vivir
y que el bote
permanecerá allí donde está todo el día y muchos otros días. No es lejos lo de
los Larsson: únicamente cruzar el camino, y mientras el niño corre
atravesándolo, el pequeño carro azul entra en el otro pueblo. Es un pueblo
pequeño con pequeñas casas rojas, con gente que acaba de despertar, que está en
su cocina con las tazas de café levantadas y observan al carro venir por el
otro lado del seto con grandes nubes de polvo detrás de sí. Va muy rápido, y el
hombre en el carro ve cómo los álamos y los postes de telégrafo, recién alquitranados,
pasan como sombras grises. Sopla verano por la ventanilla. Salen velozmente del
pueblo. El carro se mantiene seguro en medio del camino. Están solos todavía.
Es placentero viajar completamente solos por un liso y ancho camino, y a campo
abierto es mucho mejor aún. El hombre es feliz y fuerte, y en el codo derecho
siente el cuerpo de su futura mujer. No es ningún hombre malo. Tiene prisa por
alcanzar el mar. No sería capaz de matar a una mosca, sin embargo, pronto
matará a un niño. Mientras avanzan hacía el tercer pueblo, cierra la muchacha
otra vez los ojos y juega que no los abrirá hasta que puedan ver el mar, y al
compás de los muelles tumbos del carro, sueña en lo terso que estará.
¿Por qué la vida está construida
con tanta crueldad, que un minuto antes de que un hombre feliz mate a un niño,
todavía es feliz y un minuto antes de que una mujer grite de horror, puede
cerrar los ojos y soñar en el ancho mar, y durante el último minuto de la vida
de un niño pueden sus padres estar sentados en una cocina y esperar el azúcar y
hablar sobre los dientes blancos de su hijo y sobre un paseo en bote, y el niño
mismo puede cerrar una verja y empezar a atravesar un camino con algunos
terrones en la mano derecha envueltos en papel blanco; y durante este último minuto
no ver otra cosa que un largo y brillante riachuelo con grandes peces y un
ancho bote con callados remos?
Después, todo es demasiado tarde.
Después, está un carro azul al sesgo en el camino, y una mujer que grita retira
la mano de la boca, y la mano sangra. Después, un hombre abre la puerta de un
coche y trata de mantenerse en pie, aunque tiene un abismo de terror dentro de
sí. Después hay algunos terrones de azúcar blanca desparramados absurdamente
entre la sangre y la arenilla, y un niño yace inmóvil boca abajo, con la cara
duramente apretada contra el camino. Después, llegan dos lívidas personas que
todavía no han podido beber su café, que salen corriendo desde la verja y ven
en el camino un espectáculo que jamás olvidarán. Porque no es verdad que el
tiempo cure todas las heridas. El tiempo no cura la herida de un niño muerto y
cura muy mal el dolor de una madre que olvidó comprar azúcar y mandó a su hijo
a través del camino para pedirla prestada; e igualmente, mal cura la congoja
del hombre feliz, que lo mató… Porque el que ha matado a un niño, no va al mar.
El que ha matado a un niño vuelve lentamente a casa en medio del silencio, y
junto a sí lleva una mujer muda con la mano vendada; y en todos los pueblos por
los que pasan ven que no hay ni una sola persona alegre. Todas las sombras son
más oscuras, y cuando se separan todavía es en silencio; y el hombre que ha
matado a un niño sabe que este silencio es su enemigo, y que va a tener que
necesitar años de su vida para vencerlo, gritando que no fue su culpa. Pero
sabe que esto es mentira, y en sus sueños de las noches deseará en cambio tener
un solo minuto de su vida pasada para "hacer este solo minuto
diferente".
Pero tan cruel es la vida para el
que ha matado a un niño, que después todo es demasiado tarde.
Que lo disfruten,
Carmen
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