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4 oct 2010

ENCANTO DE LAS ESQUINAS CON OCHAVA por María Elena Garay



Bajo la fotografía de una casa color rosa, el epígrafe: Se encontró el lugar exacto de la casa del cuento de Jorge Luis Borges “Hombre de la esquina rosada”. No más enterarme e ir a la fuente, el mismo cuento que Borges quiso que se incluyera con ese nombre en el volumen “Historia universal de la infamia” ( tuvo otros nombres con anterioridad). El mismo autor sitúa el argumento en el barrio Santa Rita “entre el camino de Gauna y el arroyo Maldonado”. Según la topografía moderna, las Avenidas Gaona y Juna B. Justo (bajo esta última, está entubado el referido arroyo). Y si bien con esas coordenadas la casa estaría sólo sobre cuatro calles, el dato no me interesó pues el mismo Borges dijo que había situado el cuento en un lugar imaginario para que no se le encontrara errores; propio del genial escritor que hace de la aproximación y la duda un auto de fe. Sí me atrajo la fotografía de la casa, típica de las edificaciones rurales de los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX, en ochava, pintada de color rosa fuerte obtenido de la mezcla de cal y sangre bovina, según la usanza.
Pero voy al punto: la esquina y la casa en ochava o con chanflán, curioso diseño que permite ver tres dimensiones: al frente, generalmente una puerta, y las paredes laterales con sus ventanas. Tengo para mí que
en esas esquinas ocurren cosas mágicas. Borges situó allí historias de compadritos, de orilleros. No la orilla de las aguas propiamente sino el arrabal, orilla “por donde Buenos Aires se iba deshilachando hacia el norte, el oeste y el sur, regiones de casas bajas en cuyo fondo se sentía la gravitación, la presencia
de la pampa, con calles a veces sin empedrar, de altas veredas de ladrillo, con jinetes y perros” según
explicó en una conferencia sobre la Poesía del arrabal pronunciada en 1963 en el Auditorio de Antioquía, Colombia.
Borges deslumbra en los cuentos de compadritos, tema del que se enamoró de niño, escuchando al amigo de su padre, el escritor Evaristo Carriego (Paraná,1883-1912) sobre el cual haría su biografía años más tarde. Evaristo Carriego en los versos de “El alma del suburbio”, al decir de Borges, descubrió las posibilidades líricas de un escenario novedoso, el suburbio de una ciudad en expansión y de unos personajes inéditos; desde la poesía decodificó un ambiente y un perfil humano que recién ingresaba a la literatura.
Así que cuando Borges escribe sobre compadritos reúne detalles de una Buenos Aires poblada de acordeones, conventillos, prostitutas, guapos y corajudos. Pero como él dice: “la poesía argentina ha querido ver en el compadrito y sobre todo en el guapo –personaje común en toda América- y en el suburbio – que se da en todas las ciudades de América también – ha querido buscar allí, con o sin justificación- la necesidad de la épica”. Escribió sobre ellos para que no pasaran al olvido. Pero escribe con exageración, con énfasis, creando desde la literatura, una mitología. Y los ubicó en el sur, porque en el norte vivían los ricos. Admite que en realidad no era tan grande la pobreza; al sur del Riachuelo, en el arrabal, las casas no eran de lata, eran de material.
Yo, imagino a todas las casas ubicadas en las esquinas, ochavadas y pintadas de rosa o verde.

Las esquinas de Borges albergan historias de cuchilleros, prostitutas, coraje, sangre y hombría. Esquinas míticas. Nuestra familia vive en una casa con esquina con ochava y en un tiempo mítico esa esquina era única, casi desconocida. Sin vecinos, sobre dos calles sin salida, enfrentada a terrenos baldíos con altos yuyos que se ondulaban con el correr de las liebres y de las ratas. Yuyales estrellados de cardos azules y de plantas de hinojo. Esquina olvidada de Dios y del mundo, impenetrable, no conducía a otro lugar que no fuera la casa. Olvidada de la Municipalidad que puso un poste y no le tendió el cableado. Boca de lobo: allí llegaban autos extraviados, algún que otro taxista que aprovechaba el baldío para orinar o amantes de trampa. A sólo dos cuadras de una avenida importante, esquina engañosa porque transitada desde cualquiera de las calles laterales se llega a un punto ciego, esquina imposible.
Hasta la punta del poste mocho tiramos un cable con una lámpara , protoluz de las de sodio o mercurio: cien voltios , más amarilla que la yema de un huevo de una bataraza. En esa época yo me había metejoneado con un perro galgo de loza, tamaño natural, de adorno, color blanco que ví en una vidriera de Buenos Aires. De tanto desearlo debió ser, lo encontré al tiempo en una casa de regalos del Pasaje Central. Bendecir el milagro y comprarlo.

Al lado de la chimenea del living fue una estrella fugaz. Los párvulos de la casa lo usaron de caballito y quedó sin patas. Temerosos de mi cólera lo pegaron con pegamento…negro. Horrible. Fin del perro. ¿A dónde van los perros de loza cuando mueren? Sí señor, bajo la mortecina luz de la esquina con ochava. En el hueco negro de la noche, en medio del círculo imperfecto de la bujía, parecía un fantasma, la luz mala, algo surreal. Durante cuatro noches siguió allí, vigilante. Detrás de las persianas, lo observamos: de vez en cuando un auto aminoraba la marcha, casi se detenía y aceleraba. De día pasaba inadvertido con tanto yuyo. Hasta que una madrugada, despertamos con su ausencia.
Así como desapareció el perro apareció una noche un mostrador de fórmica con cajonera y todo. Como duendes lo espulgamos por arriba, por debajo, no toleramos que nuestra esquina fuera un basurero. En el fondo del cajón, un ticket- factura de 5 cmts. de largo fue el alcahuete: “Distribuidora de embutidos XX” con Cuit y domicilio. Y allá fue el trasto en el baúl del viejo R 12 ayudado por una patineta: lo dejamos a las tres de la mañana frente al portón acanalado del negocio que lo expulsó, situado a treinta cuadras de casa ¡en una esquina con ochava! Imagino el asombro de los dueños ante esa inesperada moneda volvedora. Muchas cosas más pasaron en nuestra esquina embrujada. Todas increíbles. ¿Cómo no habría amado el genial Borges estas esquinas?
En una de ellas sitúa su “Hombre de la esquina rosada”. En ese cuento (de imprescindible lectura) dos compadritos parecen destinados al cruce a punta de cuchillo, pero algo o alguien tuerce la acción. Un suceso que no es contado, pero del que sabremos las consecuencias. El “Hombre” es así, sin nombre, ignorado y nos cuenta porque fue protagonista, a nosotros, los lectores, y al mismo Borges. Finaliza: “Entonces, Borges…” , otro recurso del genial escritor que no quiso privarse de tener parte en esa historia.

Se me viene a la memoria otra esquina mítica con ochava: la Casa de Pepino, recuperada finalmente para la cultura como Almacén de la memoria. Construida en la zona del Pueblo Nuevo, hoy Barrio Güemes por el italiano José Tucci en los primeros años del siglo XX, me la imagino llena de historias de inmigrantes, de familiares que quedaron, de anécdotas de guerra, de esperanzas, entre bolsas de semillas, alpargatas, damajuanas, bidones de querosén y todo lo que dispensaba el Almacén de Ramos Generales. Al borde de la Cañada, violenta en sus épocas de crecida. Curiosa coincidencia, por la esquina de Borges pasaba el arroyo Maldonado que tiene gran protagonismo en el cuento.
Y embalada con los cuentos y la poesía de Borges y sus compadritos apoyados en el farol de la esquina, me dan ganas de escuchar en la voz de Edmundo Rivero sus versos “Jacinto Chiclana” a los que Astor Pizzola puso música : “Me acuerdo, fue en Balvanera/ en una noche lejana / que alguien dejó caer el nombre/ de un tal Jacinto Chiclana./Algo se dijo también/ de una esquina y un cuchillo./Los años no dejan ver/ el entrevero y el brillo…/
Para el lector curioso que ha llegado pacientemente al final de estas líneas: nuestra casa sigue en la misma esquina pero el progreso cortó los yuyos, plantó carteles y colgó luces de neón. De aquella esquina mítica sólo quedan recuerdos.






7 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusto que usaras a Borges para introducirnos en "Tu esquina", le dio clima, pero me quede con deseos de enterarme de otros sucesos acaecidos en ella, y que sin duda guardas,y que ya apareceran en otro relato, no lo dudo

Piel de lechuza dijo...

Más vale usé unas anécdotas para inducir a leer a Borges!
Pero sí, de mi esquina mágica habrá más noticias en este boletín.
Gracias Betty, aunque salís como "Anónimo" sé que sos vos. Un abrazo

Aquel que extraña al perro dijo...

No éramos compadritos, pero a mi pandilla y a mi nos encantaba merodear esa esquina. No había prostitutas ni facones, pero sí ocasionales peleas por saber quien ocupaba en mejor espacio en la choza del baldío, o quien se ganaba una sonrisa de la chica linda del barrio.
Esa esquina era, en efecto, mítica, y con ello me refiero a que tambuén había seres mitológicos. Si no, cómo se explica que cada noche en la que llovía, luego del temporal, las criaturas de la noche se junatabn a cantar, bailar, a beber y a conspirar contra nosotros, los inegunos y diurnos humanos a punto de dormirnos. En aquellos tiempos, me querían hacer creer que esos extraños ruidos eran
los sapos y las ranas que se juntaban en los desagües del hipódromo. Pero yo insisto en que no, eran los habitantes, los otros habitantes, de esa mítica esquina con ochava.

Pinta dijo...

Al leer este magnífico artículo sobre esquinas que jamás serán olvidadas, me pregunto si esto de la modernidad no ha despersonalizado la esencia, si no le ha robado el alma pintoresca a lo que amamos.Hermoso

Piel de lechuza dijo...

Al extrañador de perros: Al recordar eso se me pianta un lagrimón y tenés razón, croaban y cahapoteaban para despistar. Los he visto volar en forma de lechuza, escuchar extraños ruidos y no ver nada! Las luciérnagas apagaban las luces cuando aparecíamos y todo era negrura y misterio...

Y sí Pinta, nada es lo mismo. Es verdad, no es una deformidad de la memoria. Tal vez sí tenga que ver un poco la patria de la infancia.
Un beso

Esquinera dijo...

Ese lugar que dejó vacante el perro de loza guardián, ahora lo ocupa Mafalda, que, quién sabe, quizás sigue haciendo guardia desde otras esferas perrunas...
Hermosas las esquinas del recuerdo.

Piel de lechuza dijo...

Tierra madre la de esa esquina. Alberga en su vientre a Mafi y al Coco que todavía están vivos en nuestro recuerdo. Pucha con esta lagrimita...