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9 ago 2010

HONRAR DOSCIENTOS AÑOS DE VIDA por Cecilia Spina

Año 2010. Año del bicentenario de la Revolución de Mayo. En tiempos de globalización, no viene nada mal enorgullecerse de identidades. Identidad con el espacio físico, con la tierra y sus expresiones de fauna, flora, relieve. Identidad con el hombre que emerge de tal paisaje, nuestro pueblo, nosotros. Aunque se nos diga a algunos, que nuestros abuelos bajaron de un barco y fueron paridos en otra tierra, lo grande y maravilloso es que nosotros nacimos en ésta y aquí está nuestra pertenencia. Identidad con las costumbres y tradiciones, resumidas en pequeños íconos que están a nuestro lado compartiendo la cotidianeidad de ésto, que feliz o angustiante, llamamos vida.
Sin mucha difusión y tal vez con el acompañamiento especial de aquellos que hacen de la filatelia y numismática una pasión, Correo Argentino ha hecho su aporte a tal acontecimiento. Hay un buen número de emisiones de sellos postales en lo que va del año 2010. Todas alusivas, desde diferentes ángulos, a los 200 años de la Revolución de Mayo. La principal, muy deslucida a mi gusto, es la que lleva en la viñeta el isologotipo oficial del bicentenario. Luego, entre todas, destaco la presentación de una plancha de 10 cm x 30 cm, donde se incluyen, troqueladas, 12 estampillas. Se titula Una mirada desde el arte: Mural Bicentenario.
Allí se plasma el acontecer socio-político de la patria en todos estos años, con hitos relevantes, desde la creación de la bandera por el General Belgrano hasta el cruce de los Andes por San Martín; desde la sanción de la Constitución Nacional, hasta los hechos más recientes: día de la Lealtad, golpe de estado de 1976, ronda de Madres de Plaza de Mayo, cacerolazos de 2001. El diseño es muy original y bello. En blancos y negros, mate, con algunos detalles destacados con brillo y plateados, más una línea sinuosa que cruza la plancha en negro, texturado, simulando un río que fluye a través de los años, llamado sucesivamente de la Independencia, del Centenario, del Bicentenario. Es algo sin estridencia, pero relevante como la actuación de Fuerza Bruta en el desfile.
Pude rescatar, siguiendo con una lupa el dibujo, una multiplicidad de personajes, tanques, pancartas, representación de pariciones clandestinas, de la justicia ciega, libros, lanzas y caballos. Y entre todos ellos, algo aliado al paisaje, tan cierto y de mayor cotidianeidad que lo anterior. Hablo de un músico que extiende el fuelle de su bandoneón en un “gotan”. No hallé guitarras. Reconocí también una palmera como única presencia verde. ¿Por qué una palmera? Asocio que ingresando por Balcarce 24 a la Casa Rosada, accedemos al patio de honor llamado Patio de las Palmeras, con palmeras y fuente de hierro y mármol. Y me cansé de recorrer con la lupa, los 30 cms de papel. De derecha a izquierda, de izquierda a derecha, buscando algún joven o viejo sentado en un parque tomando mate, y la silueta de un espinillo, de un algarrobo, un tala. Claro. Tomo conciencia que eso lo reclamo desde el interior, desde Córdoba. Reclamo espinillo, mate y guitarra. La Capital me ofrece una palmera (? ) y un bandoneón.
Pienso que cada uno en su interior, ha homenajeado esta fecha de modo muy íntimo y personal. En mi caso, además de haber montado vigilia la noche del 24 al 25 de mayo en la plaza San Marín y cantado el himno a medianoche uniendo mi voz a la de muchos, con un fondo de trompetas, platillos y vuelo de campanas, he hablado en secreto con la Patria y comentado lo que amo de ella. Fue entonces cuando le di espacio en mis declaraciones al espinillo y a algunas flores silvestres. Le decía a la patria, que si deseo que llegue agosto, es para trasladarme a La Antonina, mi casa en las sierras, e ir en busca de los churquis del terreno, que no puedo ni quiero llamar jardín. Los aromos florecidos. Necesito ese perfume tenue, agreste. Me confirma que estoy en casa. En la casa grande. Mi árbol, nuestro árbol, no tiene pretensiones, florece con agua o sin ella, en tierra fértil o entre piedras. Toda una sugerencia de vida. Me cuido bien de no pisar mientras camino las verbenas rojas o los chuchos celestes. Ellos también son parte de este sentimiento de hogar grande.
Con los frutos del espinillo, leñosos, oscuros, supe hacer agregándoles hilos y lanas trenzadas y anudadas, unas cajitas. Dentro, llevaban diez semillas enhebradas y unidas por una crucecita tallada en un trozo muy pequeño de madera de aguaribay.
Y en este conversar con la Patria, le cuento. Le cuento que acabo de curar un mate nuevo, del modo que me gusta hacerlo. Con azúcar y un brasa encendida que agito dentro de la calabacita para que queme los hollejos, el tejido blando y deje la corteza ligeramente perfumada. Entre ahumada y dulce. Es novedoso que cambie el mate. Ocurre aproximadamente cada cuatro o cinco años. Un buen día al cebarlo, comienza a llorar tibio sobre mi mano. Entonces tomo conciencia que llegó la despedida, y comienzo a despojarlo de la virola que remata la boca y de los engastes de alpaca. Eso queda como testimonio de su paso como cómplice amigo de cavilaciones y sentimientos.
Estos pequeños rituales, el reconocimiento del entorno, las adherencias que inconscientes tenemos con la tierra, me llevan a pensar en el dolor del exilio forzado. No hacen falta grandes explicaciones sobre el tema . Expresiones tomadas al vuelo quedan a veces subrayadas en la memoria. Por ejemplo, escuché decir al escritor Héctor Tizón en una charla, que durante su exilio en España, de noche solía despertar escuchando los ladridos de sus perros, en la casa de Yala, Jujuy. En la revista Capítulo, del Centro Editor de América Latina, en una publicación de 1982, otro escritor nuestro Daniel Moyano en una entrevista relata: “Hará un par de años vi en la calle Goya, de Madrid, a una pareja que llevaba una bañadera. Serían las dos de la mañana, eran los únicos en la calle. Los oí hablar. Eran argentinos, de Córdoba. Contaron que la hallaron en la basura. Vivían en un último piso, con terraza grande, y la querían para plantar un sauce, como el que tenían en la casita de Cosquín. El edificio no tenía ascensor, la subieron siete pisos” Y en la misma nota, recordando su casa de La Rioja y la huerta que tenían en ella dice: “Allí teníamos una planta de membrillo que la dejé chiquita cuando salí, y hace unos meses Olga y José Paredes cuando vinieron me trajeron un dulce hecho con membrillos de esa planta.”
En la maraña de la vida, son gestos, imágenes muy de todos los días y sin importancia, las que nos llevan de vuelta a lo que amamos y nos hace sentir la ausencia.
Volviendo al tema del bicentenario, quería completar diciendo que también el Banco Central de la República Argentina, ha emitido una serie de cinco monedas de un peso de valor, con representación de paisajes de cinco regiones del país: el glacial Perito Moreno, El Pucará de Tilcara, Mar del Plata, el Aconcagua y el Palmar de Colón. Dicen que son 300 millones de unidades las emitidas. Todavía no se las encuentra en circulación. En las cajas de supermercados y en otros comercios dicen no tener las nuevas monedas. Quizás, pienso, estén atrapadas en parquímetros, teléfonos públicos, o en el fondo de la fuente del Paseo del Buen Pastor.
Si de identidad se trata, en la literatura personalmente me gusta muchísimo cuando un autor con otra identidad a la mía, con otra tierra por cuna, me habla desde ese lugar, es decir, me pone en situación de ubicarme en un espacio físico y humano que desconozco. Por ejemplo, haber leído de Le Clèzio "Desierto", me hizo dudar si en algún momento de mi vida no estuve en el desierto. ¿Acaso no caminé bajo un sol implacable, no me crucé con los hombres azules, no llegué a sentir pánico por esas dunas peregrinas que me desconfiguraron el paisaje y me llevaron al borde de la locura? ¿Lo leí, lo viví, lo soñé? Le Clézio. Recuérdelo.
El blog Piel de lechuza, se asoma a internet en agosto del 2010, como los espinillos. Pretende ofrecer palabras suspendidas, como aromos, en las ramas de esta red para que alguien las comparta. Desde Córdoba, Argentina, desde uno de los pedazos de tierra más austral y hermoso del planeta, partimos hacia ustedes, que sabrá Dios dónde están.

Cecilia Spina











4 comentarios:

Anónimo dijo...

Profundo,sincero y honesto. Doblo la apuesta por este blog en el año del bicentenario. Conmovedor relato de la Antonina. Invita a conocerla. Quién pudiera...

Piel de lechuza dijo...

Geacias por tu comentario, compartimos la misma apuesta.

Teresa dijo...

Hola Cecilia ya me ha mandado Perla vuestra dirección y ya me he leído vuestros escritos.
Os deseo a las tres un largo camino en esto de la informática. Es muy especial y creo que vosotras os divertiréis mucho, además de lo que nos vais a enseñar.
Ya hice un enlace a mi blog.
Os seguiré.
Un abrazo
Teté

Piel de lechuza dijo...

Teté, muy agradecida por tu comentario y buenos deseos. Esto de la informática es todo un desafío. Ojalá vayamos tejiendo la red. Ya nos vincularemos a tu blog. Gracias y un abrazo. Cecilia