En
esas noches tan oscuras que no se ven ni los pensamientos, cuando nadie sale de
casa y solo se oye el rebotar de la lluvia, la maja desnuda cuela su lienzo por
debajo de la puerta del Prado y se agiganta. Si alguien se asoma a la ventana y
ve uno de sus pezones estrábicos, lo confunde con la luna, si un insomne la
atisba desde un segundo piso, cree que el matojo del pubis es una enredadera
deshojada. La maja pasea con la melena suelta, los rizos descentrados. Su
carne, lacada por la lluvia, se agita con un vigor colosal. De tanto estar
expuesta, le duelen los brazos, los huesos sonrientes de la cara. Está harta de
las miradas lascivas de los turistas, de las audioguías. Mientras pasea por el
barrio, sueña con esa vida que no pudo ser, se alboroza con el vino de los
bares, mece con su aliento las cunas de los niños, ojea un libro que alguien se
dejó abierto sobre la mesilla. Al llegar a CaixaForum se abraza a los árboles y
frota su cuerpo de muñeca hinchable contra el jardín vertical. Entonces escapa
su orgasmo prisionero y el verde le devuelve el parque y sus confines, las
cascadas de vidrio, los cisnes presuntuosos, las dulces tardes de
conversaciones bobas, los galanteos de un artista que, para vengarse de su
indiferencia, la castigó con la inmortalidad.
Un relato breve de la Biblioteca de Agua
Que lo disfruten,
Carmen
2 comentarios:
Muy bueno!
Una pena no saber quién sos, pero gracias!
Carmen
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