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Mujer con sombrero de Chagall |
Mandrágora era divertida y original. Tomó la cartera de cuero azul con tachas, se calzó los zapatos de taco alto. Le ajustaban un poco, no tenía costumbre, pero la hacían más estilizada. A las siete ya estaba vestida y maquillada. Prendió la televisión y miró sin ver. A las ocho y media tomaría el colectivo para llegar con tiempo al Shopping. Puso el sombrero en una bolsa de papel con el logo de la propia tienda en donde trabajaba, y partió. Ella iba de vez en cuando al Shopping, pero esta vez el bullicio y los colores la impactaron. Vio que allí todo era alegría: las vidrieras exhibían alhajas, abrigos, sábanas; predominaban los naranjas, verdes y violetas. Desde la cúpula, caían jirones de nailon transparente, y en las esquinas, de los canteros, nieve de telgopor. Los maniquíes la miraban fijo con sus ojos azules, idénticos, eran los únicos que se fijaban en los suyos. Subió a la escalera mecánica. Se había comprado ropa interior para la ocasión. Aunque estimó que no podía cometer la torpeza de entregarse en el primer encuentro, la seda y el encaje venían bien para apuntalarle el ánimo. Miró jeanes rotos, remeras cortas, aros en el ombligo y tatuajes. Tal vez sus medias de encaje no resultaban tan notorias, entre la multitud. A pesar de sus cuidadosos preparativos, advirtió que había olvidado el reloj y tuvo que preguntar la hora dos veces; en la segunda, alguien dijo las nueve. Todavía era temprano. Entró al salón desde donde salían voces infantiles, un parque de diversiones en miniatura donde los niños volaban, se ponían cabeza abajo, se mareaban, se centrifugaban, se asustaban. Y salían por el otro extremo como muñecos, con un balde en las manos en el que se leía “pop corn”; sí, el pororó que ella siempre hacía. En la tienda donde trabajaba, todas vestían uniforme: un chemisier beige con bolsillos y cuello color marrón. Acá, hasta las empleadas lucían llamativas, con ropas de moda. Al vestido celeste se lo compró para el encuentro. Era sobrio, fino, le había gustado de entrada. Las luces y el bullicio la molestaban. Una mujer le puso perfume en su muñeca, también a la que venía detrás, como en una línea de montaje. Otra le dio un folleto. Recordó un viejo amor, que había dejado escapar como a ese globo que se estaba soltando de la mano de un niño y que quedó pegado en la cúpula de vidrio del Shopping, lejano, inalcanzable. Pero por suerte vino el chateo y ya se sabe, el corazón no se jubila nunca. No era fea, pero ¿qué tenía de interesante su vida para conquistar a un hombre? Tendría que recurrir a la palabra. ¿Lo atraparían sus fracasos, su rutina? Definitivamente no. Comenzó de a poco a forjarse otra vida. Se imaginó empresaria de productos de belleza. Eso le dijo a Alfil. Tenía viajes y reuniones con ejecutivos, congresos y pruebas. Debía contenerse para no prender la computadora en los días “de ausencia”. Le contó un viaje a París, el estrés de las jornadas, la hermosura del Louvre. Puso una cuota de sensibilidad artística: en sus momentos de ocio, tallaba esculturas de madera. Otras noches, en las que la ansiedad por llegar al mouse la atropellaba, se obligaba a jugar un solitario, porque estaba en el cóctel de la presentación de una nueva fragancia. Faltaban cinco minutos; entró al baño. El espejo le devolvió una imagen agradable. Había elegido el vestido correcto. Mandrágora se colocó el sombrero y bajó sobre su ojo derecho el tul moteado. Salió. Al fondo del segundo nivel estaba el bar. Un niño le dijo algo a su madre, señalándola. Ya la miraban, ahora sí. Caminó erguida, con paso seguro. Se detuvo a tres metros del hombre de buzo blanco y vaquero azul, acodado en la barra. Hermosa la espalda de Alfil. Mandrágora se apoyó en una columna y a Águeda se le cerró el pecho. Quiso ensayar una palabra y le faltó el aliento. Buscó sus bolsillos marrones, no estaban, se sacó el sombrero y lo guardó en la bolsa de papel. Le costó caminar. Al día siguiente retomó el chateo con una frase corta: Querido Alfil, te ruego que me disculpes, una reunión de trabajo me detuvo más de la cuenta.
4 comentarios:
Mari
como de costumbre no se hacer el comentario en el blog, asi que esta vez lo hago via mail.
buenisimo el cuento.
Me la imagino a la mandragora toda julepeada y colorada, pero al final se quedo con las ganas
un beso
MARIA ELENA, ESTE CUENTO ES MUY LINDO Y ME GUSTO MUCHO EL TEXTO QUE ELEGISTES PARA CONTARLO, TIENE QUE SEGUIR LA HISTORIA, LAS SEGUIDORAS QUEREMOS QUE LA HISTORIA SIGA.BESOS
MPartyz
Buenísimo!
ahora, con Facebook, le sería más fácil construir su álter ego?
aplausos seguido de abrazos
muy bueno y contemporáneo el cuento, fresco y profundo al mismo tiempo
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