“Mirá Sara, no sos la única
que reclama ternura”, dijo Tomás mientras leía el diario del domingo.
“¿Qué decís?.” “Nada, es una broma.” ”Para variar, una broma que solamente vos
entendés”, contestó Sara mientras doblaba la ropa. Estaba cansada, aburrida, y
él se daba cuenta, de eso estaba segura, pero se hacía el oso, le convenía. Era
más fácil dejar las cosas como estaban; siempre enfrascado en la lectura, sino
era el diario, era un libro, o cualquier cosa que cayera en sus manos y que por
supuesto tuviera letras. Al principio creyó que leía por pasión, pero con el tiempo
comprendió que lo hacía por comodidad. Tomás prefería un libro a una charla,
porque frente a un libro era dueño de la
verdad, el libro no tenía la posibilidad de contradecirlo. Por eso Tomás
leía. ¿Y ahora qué hace? pensó Sara mientras veía que su marido buscaba
algo. Había dejado el diario sobre la mesa y tuvo la impresión de que había
señalado algo. Por primera vez sintió curiosidad. ¿Era curiosidad, o inquietud
ante la intuición de un peligro inminente? “¿Dónde está la tijera, Sara?”. “ En
el cajón del bargueño debajo de un block de hojas amarillas”, mintió Sara.
Aprovechó el tiempo que Tomás demoraba y sin moverse demasiado, se estiró todo
lo que pudo para ver qué había marcado su marido en el diario.
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Pero Tomás no roncaba. Sonreía mientras se hacía el dormido.
Sara lo había descubierto. Pobre Sara. Tan predecible. La quería. A su manera,
pero la quería. Sólo que lo había atrapado la telaraña de la rutina. Sus días
junto a Sara se habían transformado en un pegote de momentos grises, iguales.
Por eso quería alejarse por un tiempo. Nada definitivo. Como unas vacaciones.
Sara no lo aceptaría nunca. No soportaría quedarse sola, seudo – separada. Y el
no quería lastimarla. No podía decirle que estaba aburrido, harto de ella,
aunque nada tuviera que ver con el cariño, que sí existía. Por eso recurrió a lo
del aviso. Satisfecho se dio vueltas para conciliar el sueño, pero una duda lo
sobresaltó. ¿A quién había llamado a esa hora, y a escondidas? No se atrevería a llamar a la mujer del aviso. Por
un momento sintió pánico. Volvió a girar sobre sí mismo. Quedó cara a cara con
su mujer. Dormía tranquila. Tomás se fue relajando. Cuando estaba casi dormido
pensó que mejor aún si lo había hecho. Lo vería con otra y así podría sacársela
de encima. Bostezó profundo y se durmió.
La mujer del aviso resultó ser una rubia
despampanante. Me tendría que haber arreglado más. Parezco la típica esposa que
lucha por su marido. Debo dar lástima. “Que tal, yo te llamé anoche.” Trató de
sonar lo más casual posible, pero sintió que su voz se quebraba. “No te
preocupes linda, te entiendo.” Encima pretende ser una tipa agradable. Aunque
tiene una mirada sincera. Y bueno, ya estoy acá. Ahora no puedo dar marcha
atrás. “Mirá, es simple. Mi marido cortó tu aviso y...”. “No me expliques nada.
No hace falta. Los que más llaman son tipos como tu marido, que sólo quieren
una aventura. Pero aunque no lo parezca, yo busco algo más. Por eso no dudé en
venir. Quiero ayudarte.” “¿Pero cómo?” “ Ya te lo dije, tu marido no es el único que me puede llamar.” “Y eso que
tiene que ver.” “Me equivoco o lo que buscás es vengarte.” “Suena como
demasiado.” “No te asustes y escucháme.”
Durante esa semana Sara notó que su marido estaba más alegre,
mucho más condescendiente, hasta tuvo uno que otro gesto de dulzura que la
hubieran conmovido de no ser por ese aviso que él había recortado.
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Es un cretino, volvió a pensar mientras planchaba. Me las va a
pagar. Esta vez, Sara no estrujaba las prendas de su marido, sino que las
acariciaba pensando en la cita. Ya no estaba segura del porqué de su enojo. Si
por una posible infidelidad, por haber sido la que siempre trató de conciliar,
o por no haber sido ella la que diera el primer golpe.
Llegó el día, era un viernes espléndido. Se vistió con lo que
sabía le quedaba mejor. La cita era a las siete y media. Cuando llegó al lugar
tuvo miedo. ¿Estaría yendo demasiado lejos ? No, pensó para darse ánimo.
Tomás tiene que saber qué clase de mujer puedo llegar a ser. Además ella me
aseguró que no corría ningún riesgo. Cómo cuernos sabrá que es seguro si ella
no lo conoce. No quiso seguir pensando. Cada pensamiento le quitaba confianza
en sí misma. Empujó la puerta y entró caminando con toda la sensualidad de la
que se creía capaz y más. Miró detenidamente, buscando y lo encontró. De lejos
le inspiró confianza. Ojalá no me equivoque, pensaba cuando se topó con la mirada
de Tomás. Al reconocerla se puso pálido. Estaba charlando muy acaramelado con
la rubia despampanante. Sara avanzó hacia donde estaba su marido apuntándolo
con una sonrisa. “Es muy linda”, le dijo y se alejó de esa mesa. Sara siguió caminando, porque en otra mesa, el
hombre que había distinguido al entrar la esperaba. Era alto, de unos cuarenta o cuarenta y cinco
años, y se lo veía sereno. Cuando el hombre la miró, Sara intuyó por la dulzura
de sus ojos color café, que él podría
darle toda la ternura que ella necesitaba.
Cuento publicado en "La espera." Ediciones del Boulevard. Cba. 2004
8 comentarios:
Una pintura de lo que es la rutina y sus consecuencias. Muy bueno, se lee "de un tirón", atrapa, me gustó mucho.
J&R
Gracias chicos, siempre presentes para regalarnos una palabra de aliento. La rutina mata, no? por eso traté de abordarla desde el humor... negro, pero humor al fin. Cariños
Carmen
Hola, Carmen. Me gustó mucho este cuento con clasificados incluidos. Si tuviera que resumir la historia en pocas palabras, recurriría a las de la conocidísima Ley del talión: "Ojo por ojo y diente por diente", aunque en el caso de Sara el ojo y el diente sean más bien metafóricos. No siempre comento, pero tengo el blog en favoritos y las leo a diario. Cariños, Mariángeles (Neuquén, Argentina)
¡Gracia Mariangeles!
Da mucha satisfacción saber que nos leen... Muy bueno tu comentario sobre el cuento: siempre es el lector el que termina dándole significado; y tu interpretación, ha iluminado una nueva mirada. Gracias y hasta pronto.
Carmen
Car, este cuento me gusta porque parte de una idea muy original, y la reiteración del aviso le da más fuerza.Está presente la idea de la venganza pero prima para mí la necesidad de ternura. En fin, muy bueno
Un abrazo
Estoy totalmente de acuerdo con vos ME. Si bien la idea de venganza está presente, no determina la centralidad del cuento. Es más bien despecho, necesidad de reafirmar el autoestima al demostrar al otro lo que somos capaces de lograr solos.
Gracias ME y vamos por más, cariños
Carmen
Hola Cármen!!! Leímos tu cuento en nuestro humilde Taller Literario y nos gustó. Se comentó lo bien escrito que estaba y generó conversaciones acerca de la autoestima, por lo que, veo, ha llevado muy bien el mensaje. Te felicito y sigo pendiente de tus cuentos! Un abrazo!
Nati
¡Hola Natalia!¡Que bueno que nos lean! Es más, quizás algún día podríamos arreglar para que leamos alguno personalmente. ¿Qué te parece? Gracias por leernos siempre y realmente muy interesante el enfoque desde el autoestima. Cariños
Carmen
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