El calor se tornaba insoportable. Dormíamos en el patio, la bóveda celeste
con sus lumbres parecía derrumbarse sobre nuestros ojos, ante esa inmensidad
sin dimensiones.
A escasa distancia, el canal con su arrullo acunaba los sueños. Me
levantaba de madrugada a ver la luna que dormía en la arena debajo del agua, la
quería para mí. Luego me dormía y regresaba de mañana y ella, ya no estaba.
Un puente precario de madera de álamo permitía el paso al otro lado del
canal.
Una noche clara la vi más grande y hermosa que nunca y dije es mía, abrí
los brazos para tomarla. Por suerte mi padre logró sujetarme cuando la luna
resbalaba de mis manos.
Que lo disfruten tanto como yo...
Carmen
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