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27 nov 2013

PERDIDA EN KODAK cuento de María Elena Garay

                                                                                                                   
                                                      A Eduardo y Roberto


"No es que no vuelva porque me he olvidado: es que perdí el camino de regreso"
 Joan Manuel Serrat"  

Decidí liberarme de años de adornos, floreros, cuadros, de mi preciada colección de campanitas y de cuanta artesanía trajimos de los viajes, el día que tuve que sacarlas para pintar el living comedor. Las embalé en cajas grandes de cartón, ahí siguen aún. Los muebles oscuros, nobles, lucen distintos en su obligada desnudez. Me gusta el ambiente así, espacioso, austero, como un reflejo de mi anhelo por dejar atrás pesos superfluos, llevar la vida sin tanta exigencia. 
El tapicero ha traído el sofá y los sillones; elegí una tela con flores color ladrillo subido para sustituir la pana originariamente mostaza que ennegrecieron los juegos de los chicos. Anduve bastante para encontrarla, quería justo ésta, lo sabía, aún al ver decenas de muestras muy lindas, de diversos colores y tramas. Me sorprende el pensamiento ¿por qué este color? y me traslado a los sillones de la casa de mi niñez: una tela satinada con flores opacas color ladrillo. Una asume que la libertad discierne pero el inconciente dicta, la memoria escribe con palitos de limón sobre papel, caracteres invisibles que aparecen al calor de la llama.

Impresionada, voy a la mesita de mármol con los retratos de mis hijos, mis nietos y una foto que, por instinto sobrevive: en blanco y negro, los tres hermanos. Subo al automóvil, voy a buscar a mi nieto Lauti al colegio. La foto: tengo siete años y estoy sentada en un sillón con mi hermano Roberto, de cuatro; en un apoya brazos, Eduardo, de nueve. Estos niños ahora tan serios ante el hombre que ha traído papá para sacar la foto, a la mañana han disfrutado a su manera. Ahora estamos distintos, bañados, con nuestras mejores ropas.
Los varones tienen pantalón corto y suéter escote en V aunque Eduardo luce además, corbata. Roberto parece Popeye: mamá dobló las mangas de su camisa en las mangas cortas de la lana. Lo mismo hace conmigo cuando llena de pliegues mi blusa y casi no puedo doblar los codos. Pero hoy tengo un vestido azul marino con guardas blancas bordadas en el canesú, la pollera y con cuello de piqué blanco. Eduardo muestra sus rodillas oscuras, percudidas de tanto caerse de su carro de rulemanes por la bajada que da a la Ruta Nueve. Es que él anda en la calle todo el día, tiene amigos que no conozco del otro lado de las vías del tren y nos peleamos mucho. Yo acuso, mi arma más filosa es la palabra, por Dios sé tocar puntos muy sensibles; hasta mamá, cuando se enoja conmigo me dice altanera, yo no sé qué quiere decir eso pero me gusta, tiene un dejo a aventura en el mar. Roberto es mi compañero de juegos: él maneja sus autitos y yo acuno a mi muñeca Raquel. También sé hacer pozos en el fondo, en el patio de los frutales; los cubro de ramas y hojas y lo llamo. Río mucho cuando cae en la trampa, es pequeño y lo hace una y otra vez. Igual tengo que tener cuidado con sus patadas, suelo tener mis canillitas hechas un solo moretón. 
Papá cambió la ubicación del sofá y los sillones. Nos sientan en una esquina. De un lado se ve la ventana con cortina de voile color manteca, bandó lateral y taparrollos de brocato con arabescos. Del otro, en la pared de la chimenea, hay una sombra: un nicho que guarda la imagen del Corazón de Jesús y el florero de cristal con virola dorada, regalo que le hicieron a mamá para el día del maestro. Por esa misma pared, a la izquierda de Eduardo, sí se ve la chimenea de ladrillo visto y tiraje enyesado, la repisa de madera lustrada, aunque no salen los apliques de bronce con caireles como lágrimas. 
 Es sábado a la siesta, lo sé porque papá no trabaja hoy y porque desde los cuatro sé leer, contar, los días de la semana y los meses del año aunque todavía no puedo aprender la hora. Estamos en primavera (corro al fondo y miro las flores del durazno y el ciruelo), el frío no se ha ido del todo aunque no es el frío cruel de julio cuando nos llevan al desfile, además puedo usar este hermoso vestido sin camperita encima. 
El lunes la señorita Betty me llevó al centro a tomar un helado y a la Casa Tía. Cómo me gusta ir ahí, todos los juguetes están a la altura de mis ojos ¡y dijo que eligiera uno! Me enamoro de dos sillitas de plástico celeste con patas hamaca color negro; ella insiste: una muñeca, algo mejor, pero me quedo con las sillitas. La señorita Betty es mi maestra, mamá es la vice directora de la escuela, y se enojó conmigo pero yo no tengo la culpa que ella insistiera. Corro a mostrárselos a Vivi Cortez primero y después a Nicolasa. A Nicolasa le gusta el vecino de al lado, él tiene dieciséis, pero es un secreto. De vez en cuando papá y mamá van al cine de noche, entonces nos dejan a los tres en la cama grande; Nicolasa trae su colchón al lado. Ella abre la ventana y conversa con él y si decimos algo, cuando apagamos la luz nos asusta con la Mercedita, que vendría a ser la policía. Creo que Eduardo no se asusta pero es el que primero se duerme. 
 Detrás de la ventana con cortina de voile, taparrollo y bandó de brocato hay un día luminoso; corro la cortina y espío: los rosales de pie que plantó papá en el jardín han dado flores colorado oscuro, por detrás veo el muro bajito con reja y ligustros que lo separa de la vereda, y los paraísos llenos de flores color lila. Sí, definitivamente es primavera. Y es la hora de la siesta: no hay chicos en la calle de tierra ni en los baldíos de la manzana de enfrente. 
En la foto sale parte de la repisa lustrada y el retrato de mamá muy joven, en un marco de hierro forjado con arabescos, ella con el pelo largo, claro y ondulado, ojos color cielo, blusa de seda y aritos en las orejas. Papá quiso ponerlo ahí bien visible y dice que esta foto que hoy nos sacan también adornará la repisa. Ella sonríe y dice que a él le tocará pero en la Casa Vidal (no entiendo). No se ve la araña con caireles que mamá limpia subida a una silla porque Nicolasa tiene vértigo. Igual esta mañana lustró bien la repisa, estará contenta porque mañana domingo sale todo el día, supongo que va al parque con el vecino de dieciséis.
 El sofá del living no sale en la foto porque ahora está contra la pared que enfrenta a la ventana. En esta pared hay cuadros chicos, no los veo bien, están borrosos y una puerta cerrada a espaldas del fotógrafo; abro esa puerta que es de vidrio y cortina de voile, paso al comedor. Me gusta mucho el comedor, la mesa cuadrada de roble, cubierta con un hule, un poco por la madera y otro para tapar la gran marca de la plancha que dejé enchufada el día que salí a jugar con Vivi Cortez. ¡Podría haber ardido la casa entera! dice mamá, yo sólo quería planchar el vestido de tafeta escocesa de mi muñeca Raquel. Rodean la mesa, cinco sillas con asiento y respaldo de cuerina marrón rojizo y tachas de bronce. Aquí comemos, el ambiente es alegre y a través de la ventana se ve parte del patio, el camino de lajas y el parral de uva chinche. Hay un nido de avispas y un bicho canasto que mañana hurgaré con un palito. Me gusta cuando el sol entra y se refleja en los espejos del aparador, rebota en las botellas y vasos que están sobre la mesa. De la mesada de mármol color naranja pálido, se alzan dos cristaleras en donde suelo poner a mis princesas hechas con hojas de begonia invertidas aunque a mamá no le gusta que corte las plantas. Nicolasa trae la sopera y mamá sirve la sopa, obligatoria como hacer los deberes. 
 Precisamente en esa mesa se hacen los deberes, las divisiones me fastidian, no me salen, termino llorando. Mamá le toma las capitales a Eduardo, yo escucho, eso sí me queda: Bulgaria pregunta ella y yo salto ¡Sofía! Me gusta tanto el nombre que se lo voy a poner a la muñeca que pediré este año al Niñito Dios. Desde la ventana del comedor también se ve la cochera. Ahí esta nuestro auto, un Ford A color borravino. Eduardo ayuda a papá a arreglarlo, le alcanza un tarro lleno de una crema translúcida y a ambos los escucho conversar debajo. Salen con las manos negras y se limpian con aguarrás y estopa. Después lo lavan, secan, lustran y ya está listo para ser usado mañana domingo cuando vamos a la misa de doce a la Catedral y compramos merengues en La Costanera. Pero hoy aún es sábado, el fotógrafo ha traído una máquina (leo Kodak) distinta al cajoncito de papá que saca unas fotos donde todo se ve lejísimo; los tres hermanos estamos limpitos, solemnes, como si este extraño aparato nos asustara.

Ni Roberto ni yo llegamos al piso con los pies; ambos tenemos zoquetes blancos y yo me he puesto los zapatos de charol abotonados a un lado porque todavía no uso los escotados. Mi pelo está muy prolijo, con las puntas hacia adentro; mamá me ató los trapitos. Eduardo también tiene sus mejores zapatos y las medias, tres cuarto a rombos; se ve que son nuevas porque sino le llegaría a zoquete como las que uso yo para ir al colegio que son las mismas pero cortas porque mamá les saca el pie con los talones rotos y le hace una costura al bies con la máquina de coser. 
El piso del living es de granito y la alfombra no saldrá en la foto. El resto de la casa tiene baldosas color ocre con una guarda más oscura alrededor que hace un rulo en las esquinas. El segundo sillón del living ahora está contra la puerta de entrada por lo que no podría salir al porche, con el macetero y los helechos, seguir el caminito hasta la verja e irme a jugar con Vivi Cortez todavía. Antes tendré que sacarme el vestido y los zapatos nuevos y como no es verano tampoco podré quedarme en enagua ni meterme en el fuentón de hojalata con agua. Entonces capaz que tenga tiempo para leer La pequeña Lulú en mi cuarto que está precioso porque papá lo ha pintado de azul con el techo rosa, muy moderno, distinto al blanco que impera en el resto de la casa. 
 El fotógrafo ha tardado bastante, sacó varias tomas pero al fin terminó. Después de despedirlo, papá y Eduardo ponen la alfombra que está enrollada y el juego de sillones en su lugar. Después, mi hermano mayor le sigue poniendo tachas al balero, mamá sigue cosiendo el toldo para poner bajo la parra así el comedor, mi cuarto y el de los varones queda más fresquit; papá se da una vueltita por el Lawn Tenis y Roberto ya se fue al fondo, detrás de los frutales a ver los pollitos que ha tenido la bataraza. 
Quedo yo: me voy ahora mismo a casa de Vivi Cortez a hacer teatro. Entonces le pido a mamá su enagua de seda con puntilla en el ruedo, me llega a las zapatillas ¡me disfrazo de novia! Corro al fondo a cortar una rama de ciruelo, lleno de flores blancas, bajo el umbral de la puerta principal, ese donde todos los días dejamos las cuatro botellas para don Illanes, el lechero. De vestido largo y bien peinada soy la novia más hermosa del mundo. 

Me cruzo con Vivi Cortez que viene a mi casa, entonces hoy no era el teatro; dibujamos en la calle con un palito los casilleros y el cielo para jugar al tejo. En una pierna, un salto, apoyo las dos, sigo con la otra pierna, un salto ¡Y el cielo! Vuelta, dele que va hasta que la mamá de mi amiga la llama. En el cielo ya se ven las estrellas aunque todavía no ha oscurecido así que voy a la otra cuadra a ver la chocita que han hecho los varones en un baldío; no me animo a entrar. Sigo caminado hasta la avenida Rosario, a dos cuadras está el puente colgante. Soy una aventurera. Cruzo el puente que cubre la barranca y me encuentro con una arboleda cerrada. Ahora sí es de noche, quiero desandar el camino y me desoriento ¡estoy perdida! Llego a un barrio de calles asfaltadas, en el aire hay un perfume conocido, las flores de paraíso. Mi casa debería estar acá. 
 Del chalet a dos aguas con las ventanas del living y el cuarto de mis padres al frente, el jardín, los rosales, el macetero con helechos en el porche, sólo queda una casa remodelada con una reja adelante.
Para qué tocar el timbre, para qué. Seco mis lágrimas, sonrío, doy arranque al auto y sigo el camino en busca de Lauti, mi nieto.

16 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces, en vez de magdalenas, la memoria tiene sillones...Me encantó este recorrido por tu niñez y de paso, también fragmentos de la mía, en la casa de la abuela.
Un beso grande y que sigas fabricando futuros nuevos recuerdos en esta nueva etapa.

mislibrosmiplumayyo.blogspot.com dijo...

Me encanta esta pintura de tu niñez, esta escapada al pasado, y no me quiero imaginar lo que debe ser para tus hermanos verse reflejados en estos recuerdos color sepia. Sabés que te admiro, y este estilo tuyo para mí es nuevo y me encanta. Sencillo, austero y a la vez lleno de colores casi olvidados.
Abriste una puerta que te diría no vas a poder cerrar. Felicitaciones. Amanda Paz

Jose Depetris dijo...

como si lo estuviera viendo...
Imagino que en 30 años se me van a venir recuerdos similares..
Felicitaciones!!
jo

Car dijo...

"Una asume que la libertad discierne pero el inconciente dicta..." Esta frase, formidable, sintetiza este conmovedor relato, que a través del obturador de una máquina de fotos no revela sutilmente mucho más de lo que la mirada puede captar. Excelente, ME... Un relato exquisito.
Un beso,
Car

Piel de lechuza dijo...

Querida Juli: Una foto puede transportarte muy atrás. Verás que algo en tu futuro te hará retroceder en el tiempo y vivir de nuevo una etapa. Te queda mucho futuro y quiza todavía no llegó eso que te haga revivir el pasado. Por otra parte estamos construyendo día a día pasado. A vivir tu juventud querida y gracias por tus deseos. Te quiero

Piel de lechuza dijo...

Gracias querida Amanda! Vos que sos una maestra en revivir momentos...me alegra que te haya gustado. Un beso y un hasta pronto.

Piel de lechuza dijo...

Querido Jo: Seguro que en 30 años tendrás muchas cosas para recordar. Y sumergirse en un pasado remoto (como el que describo) es una aventura apasionante. Ojalá tus recuerdos sean bellos, puros y felices como es la infancia. Un beso enorme

Piel de lechuza dijo...

Gracias querida Carmen! compañera de ruta de la escritura y la amistad. Que vengan muchas reuniones enriquecedoras como las que tenemos con Cecilia, que nos abren puertas de creatividad y verdadero gozo. Un abrazo gigante

Eduardo dijo...

Mari
Lograste lo no es facil ( o no era facil), se me cayeron las lagrimas pensando en esos tiempos tan bien relatados, es como si lo estuviera viendo ahora
Felicitraciones y segui asi
Eduardo

Piel de lechuza dijo...

Gracias hermano, sos una pieza clave en el relato...Un beso

El Manco dijo...

"...la memoria escribe con palitos de limón sobre papel, caracteres invisibles que aparecen al calor de la llama." Pavada de frase. Y te digo: si la llama se alimenta de nostalgia, menudo incendio haría a veces.

Me encantó.

Susana dijo...

María Elena: Me emocionó este cuento. Cuánta nostalgia de ese tiempo inolvidable que es la niñez y los hermanos!!!Está , a mi entender, muy bien logrado.En un momento creí verlos a los tres hermanos y a tu casa que conocí cuando eramos jóvenes y estudiabamos.En síntesis me encantó la descripción. }}}}}}}}}}}}un abrazo.Susana

Piel de lechuza dijo...

Manco: este cuento fue pura llama, la de la memoria emotiva de un tiempo irrecuperable. Una fogatita de vez en cuando nos calienta las noches de frío. Abrazo y gracias por leernos

Piel de lechuza dijo...

Gracias Su!, realmente me chupó un plato volador para atrás. Qué tiempos los de Drecho Penal , salidas, mate, bueh la vida pasa!!! Un abrazo!

Lucre dijo...

Qué lindos recuerdos, ma! Tan vívidos, los puedo imaginar a todos en la descripción que hiciste ... Ojalá dentro de unos años tegamos la habilidad que vos tenés para describir así nuestra hermosa infancia. Te felicito por el cuento, me encantó. Te quiero mucho

Piel de lechuza dijo...

racias querida hija!!! Seguramente te surgirá barrio Latino o algún detalle que haya quedado grabado en la pátina de tu hermoso y gran corazón. Te quiero mucho, a vos y a los hermosos nietos que me diste. Besos