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Danae y los perros. Óleo de Alpizar González |
Después de un accidente, llegó otro período feliz ¿te acordás?: decidimos recuperar el tiempo perdido, ¡a beberse la vida de un solo sorbo! Salimos a trotar al parque, a vagabundear por todo el pueblo, jugábamos a estar perdidas, no nos importaba el aspecto ni la higiene; hasta don Jorge sonreía moviendo la cabeza como diciendo no tienen remedio. En ese tiempo apareció Gastón. Con sólo mirarlo me enamoré y vos lo entendiste, te apartaste. Nos vuelve bobas el amor, no paraba de pensar en él. ¡Y le gusté! Mis salidas ya no fueron con vos, ahora con Gastón al río. Llegaba la noche, nos quedábamos mirando la luna, escuchando el discurrir del agua entre las piedras, el canto de los sapos.
Ahora pienso, lo que vino ¿fue un premio o un castigo? En ese orden chiquita creo que así vino barajada la suerte. Mi carácter cambió, yo misma lo noté por el cansancio. Todos lo advirtieron, vos la primera. Callada nomás, ponías tu cabeza junto a la mía cuando dejaba casi toda la comida en el plato. Embarazo evidente, sentenció don Jorge. Y si él lo decía que sabía hasta de la preñez de las vacas… Mal físicamente, la noticia me puso muy feliz a qué negar, a mi edad un nacimiento, casi un milagro.
¿Existen los milagros chiquita? algo se complicó. Hay un tiempo que voló de mi memoria, sólo recuerdo mi pánico, una luz potente sobre la cabeza y el abandono absoluto. Cuánto lloré, vos fuiste testigo chiquita, una vida plena venida a pique, una ilusión despedazada
Te observo altiva, inquieta, vivaz. Y miro estas manchitas coloradas en el piso y a Gastón olfateando tras el vidrio esmerilado del portón que don Jorge se empeña en mantener cerrado. Dice que sos fina, que no es cuestión. Yo sé de un agujero en el alambrado del patio, vas a salir, te lo prometo. Pero nunca lo olvides: los machos no tienen corazón, chiquita.
Vení, Gastón te está esperando.