A los tres años, me trajiste un muñeco enorme, suave como el terciopelo de los capullos tiernos, con ojos de opalina azul que se hamacaban delante de mi asombro.
A los seis, la aventura montada en la vereda con dos rueditas cuidadoras, rodillas lastimadas, la total libertad de la siesta con el sol latiendo en mis mejillas.
A los quince, me trajiste la ilusión envuelta en un tirabuzón de giros, brillos, gasas, un zapato con el taco roto y quince rosas rojas sin espinas.
A los dieciocho, un quintal de mariposas volándome por dentro, los labios húmedos y ajenos explorando mis poros y la maravilla de la sed.
A los veinticinco, me trajiste la felicidad del domador de tempestades, los acordes de otro vals en el centro del anillo de oro, azahares en el pelo y la esperanza del para toda la vida.
A los veintiocho, un vientre tirante como uvas, el rayo que partió la tierra, el miedo de estar viviendo un sueño, el sueño de las mamaderas nocturnas, la cuna rosa y sus manitas...