Una en particular me conmueve: la que tomó el fotógrafo Alfred Eisenstaedt el 14 de agosto de 1945: un marinero besa a una enfermera que pasa por la neoyorquina plaza de Time Square. Ese día el presidente de EEUU Harry S. Truman anunció la rendición incondicional de Japón y el final de la Segunda guerra mundial. (La rendición fue el 15 pero por la diferencia horaria, se registró en EE UU cuando todavía era 14). La foto dio la vuelta al mundo. La enfermera, identificada después, era Edith Shain, quien falleció el año pasado a la edad de 91 años; no se sabe la identidad del soldado. Cada año, parejas estadounidenses celebran con un beso multitudinario el fin de la guerra, junto a la estatua que reproduce el famoso beso en la misma plaza. Para ellos esa foto es el símbolo del V.Day (Día de la victoria sobre Japón).
Para mí esa foto representa la victoria del amor sobre la guerra, la alegría sobre la destrucción, de la razón sobre el desquicio, Eros en contra de Tánatos.
En agosto de 2010, EEUU anunció el cierre de su campaña militar en Irak. ¿Los marines vuelvieron a sus casas? Quedan atrás las armas de destrucción masivas nunca encontradas, la tortura en la cárcel de Abu Graib, cincuenta mil soldados estadounidenses caídos y cientos de miles en el país invadido (entre civiles y militares) ; un millón y medio de desplazados. Ante tamaño escenario de masacre me gustaría ver fotos, miles de fotos como las del V. Day, con los soldados de ambos bandos celebrando estar vivos, con un beso. (De hecho hay un mito egipcio en el que al besar se da vida a los muertos) Los besos de las esposas, novias, madres, hermanas que sufrieron los siete años y cinco meses que duró esta atroz guerra, delirio de un loco que escuchando la palabra de Dios (Bush), en marzo de 2003 cacareó una victoria en 40 días.
Pero me temo que eso no será posible, no totalmente. Quedan en Irak más de 50.000 soldados en la Operación Nuevo Amanecer. Y muchos de los que se fueron con su equipo bélico, fueron llevados a Afganistán donde sigue la lucha y persecución contra los talibanes y al Al Qaeda. Besos postergados, abortados, imposibles.
Y me gustaría ver en grandes murales los besos que se dieron en los 60 y 70 las parejas que se opusieron a la guerra de Vietnam. (¿No aprenderán nunca de las derrotas?) Al final tenían razón esos loquitos pelilargos que desde Woodstock proclamaban hacer el amor y no la guerra. ¡Qué sentido tenían aquellas fotos también íconos de Jhon Lenon y Yoko Ono en la cama!
Por ahora, el afán imperialista y armamentista de los “dueños del mundo” sigue renovando conflictos, negociando con el petróleo, las armas y con las drogas; sigue la ruleta rusa con los seres humanos.
Mejor, sigo con los besos. Más aún: los besos en el arte. Los artistas representan la pasión de un beso de amor (su propio sentimiento) de diversas maneras: Imposible olvidar la estatua de El beso de Rodin, esculpida en mármol (1888). Aunque en realidad la imagen femenina representa a Francisca de Rímini, personaje del Infierno de Dante, me la imagino a su amante, la también escultora Camile Claudel. La posición de los cuerpos desnudos, la torsión de los músculos, la pasión que de ellos emana, emociona, encandila; mirarla en directo (mide 1,90 por 1,20 por 1,15) debe ser soberbio.