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20 ago 2011

SIN RED por María Elena Garay

                                                                                                                                       A mi madre, aquí

Solo, al filo de la muerte, Porfirio Zapico habría de develar el enigma propuesto por el viejo titiritero aquella noche, tan lejana y tan igual.
Ya era la hora. La oscuridad de su lecho, la inmovilidad de los grillos, esa sorda inmutabilidad del universo, le decían en un último silencio que todo estaba a punto. Y esperó. Como esperaban el plato de la sopa en las noches de invierno, como ansiaba la esquiva mano de la ayudante del mago, cinco centímetros antes del contacto.
Hacía veinte años que, así tan pronto como escuchada, la frase se le había borrado de la memoria, y vino a adherírsele ahora como una tinaja recién moldeada sobre su cerebro.
Comprendió.
Porfirio Zapico vio balancearse delante de sus ojos al trapecio, las gradas venirse a pique a cuarenta y cinco grados vertiginosamente. Creyó sentir fugazmente la risita seductora de la ayudante del mago, escuchar el tropel de los caballos, aturdirse con un estruendo escandaloso de palmas. Entonces buscó las manos desnudas de muñecos del titiritero, sabio anciano que en su lecho de muerte había jurado a su hijo que lo estaría esperando con los brazos extendidos en el trapecio de enfrente, justo a esta hora. Él lo sabía, era ésta la hora.
Y Porfirio Zapico se lanzó.

Cuento publicado en "El límite de lo irreal o de Hoy no pasa"

5 ago 2011

SOMBRA por Carmen Nani

Siempre me gustó jugar con las palabras. Cuando empecé a leer, me pasaba horas tratando de resolver las adivinanzas más crípticas. Después que las había resuelto a todas pasaba a otro juego: repetía una y otra vez trabalenguas- algunos sin sentido pero cargados de sonoridad- hasta adquirir el ritmo de un mantra. Cuando nacieron mis hijos me deleitaba descubrir cómo transformaban las palabras más difíciles en códigos imposibles de entender: en lugar de papel higiénico, la pequeña decía papel “geligento”. Grande fue mi emoción cuando una noche me dijera  maravillada mirando un cielo pleno de estrellas: “¡Mami! ¡Mirá qué hermoso el techo del patio!” En fin, supongo que heredó mi placer por jugar con las palabras.
Hoy me desvela la cantidad de asociaciones que se pueden establecer a partir de una palabra;cualquier palabra. Por ejemplo, escuchaba el segundo capítulo de la novela de “El Retorno del Profesor de baile” de Henning Mankell, cuando las sombras que aparentemente atormentan al protagonista, me llevaron a preguntarme qué significado tienen las sombras para mí.
La primera asociación fue con un momento del día; el momento en que la tarde va cediendo su lugar a la noche pero que conserva cierta claridad, aunque no suficiente, como para proyectar sombras. En ese momento mínimo, escueto surge la verdad pues la mentira, al no encontrar sombras, no tiene donde esconderse. Es también cobijo, ya que mucho se puede descansar a la sombra de un árbol. ¿Acaso no ha sido oasis de muchos peregrinos? Pero por otra parte la relaciono con el miedo, con el temor que me produce la oscuridad, o los que no tienen sombra, como los vampiros; aunque Drácula es una gran historia de amor, estos seres carentes de alma siempre acosaron mi fantasía de niña, y de no tan niña. Recuerdo cuánto me impresionó el filme “El Hombre sin sombra” versión adaptada de lo que yo conocía como “El Hombre Invisible.” El Dr. Sebastian Caine (Kevin Bacon), un brillante pero megalómano biólogo molecular, trabaja en el suero de invisibilidad para militares de EE.UU., así como en un medio para devolver al receptor la visibilidad. Un hombre, que por invisible no proyecta su propia sombra, una de las razones quizás que lo llevan a perder su humanidad.
En muchos juegos fantásticos, se identifica la sombra generalmente como la fuente de las artes oscuras y la magia negra.